viernes, 29 de enero de 2016

NOVELAS DE MISTERIO



Voy por mi segunda novela de misterio, con tintes de románticos, empiezo a descubrir mi estilo, aunque le tengo mucho respeto a este genero, ya que han existido  muchos escritores y muy buenos en este genero, yo como aprendiz de escritoras, debo tener mucho cuidados, mi primer manuscrito esta en un concurso espero tener un poquito de suerte. me siento cómoda en este estilo, a ver sonde llego.....      

martes, 26 de enero de 2016

Una ilusión ligada a ti

Una ilusión  ligada a ti.
Un libro que me ha sorprendido gratamente. una narración diferente a lo que estoy acostumbrada, a leer una historia contemporánea, vivencia de nuestros jóvenes, muy buena yo lo recomiendo. 

SINOPSIS
  
Suponemos que el pasado se queda 

atrás y nunca vuelve. En el caso de los protagonistas volverá y no será nada bueno. Tendrán que pasar los baches que el destino tiene para ellos. En esta historia no encontraras al típico millonario, son personas de a pie. Que tendrá que luchar por su amor. ¿Todas las princesas tienen su príncipe? La protagonista te diría siempre que no, que el amor no existe hasta que llegan a verse realmente. El protagonista si embargo te dirá que sí, que hay amor y sentimiento en cada cosa que mires o escuches. Dos almas diferentes ligadas. ¿Quieres saber más?
   

lunes, 25 de enero de 2016

CUENTOS Y RELATOS

EL LOBO GRIS
HERIDO

En las frías estepas de un lugar olvidado, donde a lo lejos se divisan unas cadenas montañosas nevadas, una manada de lobos grises camina agrupada por esa llanura desoladora, confundiéndose con la nieve.
El lobo alfa es el rey de la manada. El gran lobo de cabellera gris mira al cielo en la noche de su desesperanza; en el horizonte, los últimos rayos de sol forman unas finas nubes de fuego, dando paso a una oscura noche.
Sus patas se hunden en la nieve. La manada va adentrándose en un bosque amigo. Los árboles, como centinelas en el tiempo, le dan la bienvenida. Los lobos se resguardan del viento y cuando la Luna está en lo más alto, en todo su esplendor, los aullidos de los lobos suenan como un lamento en la fría noche, como melodías de otros tiempos.
Por la mañana, la manada ya despierta, está dispuesta para su partida, pero un inconsciente y joven lobo, muy nervioso por descubrir cosas nuevas, se acercó a unas rocas y antes de darse cuenta, cayó a un zarzal quedando aprisionado entre las espinas. Cuanto más se movía, más preso quedaba.
El jefe de la manada dijo: “Eso pasa por no respetar las normas. Vámonos”. La madre del joven lobo replicó, diciendo: “No podemos dejarlo aquí solo”, pero el lobo Alfa no cedió: “No podemos hacer nada por él y no podemos esperar. Debemos seguir hacia delante, pues las tierras del norte nos esperan”.
Los lobos, aullando, se alejaron del aquel lugar, dejando solo al joven lobo, entristecido viendo cómo se alejaban. El joven intentó escapar, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Allí estaba el temido lobo de las praderas en un zarzal. Las espinas se le clavaban como alfileres y la sangre que de sus patas brotaba, manchó la nieve blanca de un rojo intenso.
Aquella noche, la Luna lo iluminó con su suave luz, que lo bañó de amor. Veía, allí abajo, entre las piedras y zarzas, a un lobo herido y le hizo compañía. La Luna lloraba, sentía el dolor de sus heridas y le cantó una suave melodía.
Llegó el día siguiente, el lobo seguía apresado. El dolor era intenso y no se podía mover. Su curiosidad le había llevado hasta las piedras de un pequeño montículo, cayendo a aquel lugar de zarza y espina. Apresado, lloraba de rabia, lamentándose continuamente de su mala suerte. Cuando los rayos de sol se perdieron en el horizonte, llegó la oscuridad. La soledad era muy dura; nadie le hacía compañía. La Luna salió rápidamente de detrás de las montañas. Ella lo acompañaba y lloraba su agonía; él la observaba, viendo cómo la Luna, su amada, su amiga, sollozaba.
Aquella noche le cantó una nana y el lobo se fue quedando dormido. Le fallaron las fuerzas, pues la falta de comida le estaba debilitando. El lobo soñó y, en su ilusión, volaba como un águila real, surcando el cielo. Mientras soñaba se encontró con un pájaro que le preguntó quién era; tenía que ser una fantasía porque un lobo volar no podía.
El lobo, sonriendo, fue a posarse entre margaritas y una mariposa, que le veía como una extraña criatura con ojos que parecían el día, le preguntó que de dónde venía. Él la mandó callar pues no era más que una pequeña mariposilla, a lo que ella exclamó: “¡Sí, pero soy bella como la flores que pisas!”. El lobo se disculpó, apartándose de las florecillas: “¡Oh, Perdón! Soy un lobo volador con gran maestría, el rey de la colina, donde puedo hablar con la Luna. Ella me ha dado el poder de volar cada día, puedo ver las águilas en el cielo, puedo ir con ellas”. La mariposa no se lo creía: “Anda, vete de aquí con esa fantasía”. El lobo quiso volar pero no podía.
Lo despertó un fuerte golpe, abrió los ojos y miró hacia arriba, viendo el zarzal. Todavía no se había dado cuenta de lo débil que estaba. Se fue soltando hasta caer por su propio peso. Mucho más delgado, se puso de pie, aunque casi no podía pues las fuerzas le fallaban.
Tenía mucha hambre, pero ahora sin fuerzas no podría cazar. Se metió entre los árboles con paso lento, donde podría encontrar algo de comer para recuperar fuerzas. Mirando, oliendo, a lo lejos vio a una liebre de las nieves. Se preguntó cómo haría para cazarla, pues no podía correr: “Con lo rápida que es la liebre y yo sin fuerzas”. Fue acercándose con sigilo. Sorprendentemente, la liebre, cuando vio al lobo, exclamó: “¡Gracias a dios! Mi sufrimiento se acaba”. Estaba herida, ya que un cazador le había disparado unos días antes; tenía el 

miércoles, 20 de enero de 2016

UN VIAJE PARA LUCÍA

UN VIAJE PARA LUCÍA

Ocho de la mañana. Estación María Zambrano, Málaga. Dos mujeres esperan en el andén para subir al ave Málaga Madrid. Por el poco equipaje que llevan, se diría que van a estar muy pocos días. La mujer mayor tendrá unos cincuenta y cinco años y el cabello casi todo blanco. La más joven, unos veinticuatro años, el pelo largo y los ojos grandes y curiosos.
Cada una lleva una ilusión. La joven: poder conocer gente joven y dinámica que cambie su vida y salir, así, de la monotonía en que se encuentra sumida. La mayor: recoger un premio literario ganado en un concurso en el Norte de España, en Huesca, a más de Mil kilómetros de su casa.
Por fin le había llegado un reconocimiento literario. Tan esperado y merecido para ella después de muchos años de duro trabajo y de alguna que otra decepción. La escritura es su gran pasión. Gracias a ella pudo, además, salir de una depresión que durante años la tuvo sumida en una profunda tristeza. Comenzar a escribir fue para ella una fuente de vida y salud. Salió de esa depresión y una nueva inspiración, que la hacía ser feliz, se instaló en su vida.
Con paciencia y dedicación, soportando la poca fe de su familia y sus amigos, que en algunos casos se burlaban de ella pensando que era una vieja loca, fue escribiendo. Lucía –así se llama– nunca escuchó esos comentarios. Este era su primer premio. Había mandado muchos escritos a distintos concursos y nada, todos esos intentos fueron fallidos. Muchas novelas a editoriales también fueron devueltas. Ella era una sencilla escritora anónima y, hasta este momento, nunca nadie se había fijado en lo que escribía.
Nació en unos tiempos de escasez y miseria, que marcaron su vida, y de ese mundo Lucía sacaba sus maravillosos relatos. Siempre fue muy constante y decidida, nunca perdió la fe en lo que hacía, ni le tuvo miedo al fracaso.
Llevaba muchos años que no viajaba cuando subió a aquel tren. No recordaba aquella sensación y suspiró al ver que se ponía en marcha. Primero, muy despacio. Luego, a medida que salía de la ciudad, su velocidad aumentó hasta devorar la distancia. En tan solo dos horas y treinta minutos estaría en Madrid.
A su lado, su hija leía una revista de moda. Lucía cerró sus ojos y se quedó un poco adormilada. Cuando abrió los ojos de nuevo, ya habían llegado. Siguió a su hija en la estación de Atocha. Esta sabía el trasbordo que tenían que hacer. Un rato después, tomarían de nuevo otro tren en dirección a Zaragoza y Huesca. Lucía se sentía cansada. Tanta gente alrededor la agobiaba, acostumbrada a su casita, sus flores y el perfume del campo. Pensó que no cambiaría su huerta por nada, cuando su hija le preguntó trayéndola de nuevo a la realidad:
―Mamá, tengo hambre. Voy a comprar un bocadillo. ¿Te traigo uno?
―No. A mí no me apetece.
―Te vendría bien comer algo.
―No, hija. ¿Sabes lo que me a apetece? Un café calentito.
―Voy por él.
―Ya nos queda poco, ¿verdad?
―Sí, mamá. Muy poco.
―Qué ganas tengo de llegar al hotel, ducharme y descansar. Mañana nos queda un día ajetreado.
―Pero ya lo peor ha pasado.
Llegaron a la estación, bajaron del tren y pidieron un taxi que las llevó al hotel Sancho Abarca. Ya en la habitación, se pusieron cómodas y no tardaron en irse a la cama, ni en quedarse dormidas.
A la mañana siguiente, salieron. Huesca era una ciudad pequeña, comieron en un restaurante de la zona y visitaron la catedral. Era muy pequeña, de estilo gótico. Pasaron la tarde en una animada charla paseando por las calles, comprando algunos regalos.
A las ocho de la noche era la entrega del premio, y Lucía estaba impaciente. Llegó al teatro con un elegante vestido hecho con un mantón de Manila regalo de una amiga. Aquel mantón despertó curiosidad entre las damas que asistían al acto. 

miércoles, 13 de enero de 2016

LA PIEDRA
DE LA FELICIDAD

Había una vez un hombre que lloraba amargamente porque había perdido su piedra de la felicidad. Tanto lloraba y lamentaba su pérdida, que la gente empezó a decir que estaba loco. Y tanto lo dijo y lo repitió que la gente lo propagó de pueblo en pueblo y se hizo leyenda.
Un viejo sabio y estudioso sintió tanta curiosidad que decidió visitar a aquel hombre, pues quería conocer la historia de sus propios labios y que le contara su secreto. Todo el mundo hablaba de la piedra pero nadie sabía qué clase de magia poseía.
A pesar de no saber dónde encontrarlo, se puso en camino. Fue un viaje largo, muy largo. Escaló montañas, atravesó valles y llanuras, cruzó ríos, pantanos y lagos, surcó desiertos y mares, preguntó a viajeros, aldeanos, santos y locos, genios, labradores y ladrones, pero nadie supo decirle dónde buscarlo. El mismo sabio en ocasiones no supo dónde se encontraba.
Viajó andando, en buques y veleros, en camellos y elefantes, en camiones, barcos, aviones y globos, hasta que por fin, exhausto y a punto de rendirse, una tarde, al borde de un acantilado que se alzaba frente a un mar infinito, vio al hombre que lloraba sentado sobre una roca. Tiraba piedras a un remanso que dejaba la marea, las piedras se hundían y las ondas que formaban desaparecían luego devoradas por las olas.
El viejo sabio, agotado por el esfuerzo de viajar tanto tiempo pero satisfecho por haberlo encontrado, se sentó a su lado y al final de un largo silencio le dijo:
―Buen hombre, me han contado de ti y he venido desde muy lejos para preguntarte si es cierto que tuviste una piedra que daba la felicidad.
El hombre no le respondió pero el viejo se dio cuenta de que estaba pensando y sintiendo llegar la pregunta a su interior. El viejo sabio, incómodo por ese silencio, le preguntó:
―¿Cuál era la felicidad que te daba tu piedra?
Esta vez el hombre se dio vuelta para mirarlo. La respuesta pareció hablar también en sus ojos inundados de lágrimas.
―Te conozco, sé quién eres. Tu larga fama me ha alcanzado. Escucha, hombre sabio. La piedra que dices se volvía una bailarina cuando la luz de la Luna la acariciaba. Su danza daba placer a mi cansancio y de mis angustias y dolores creaba consuelo y alivio. Pero la perdí. Por eso lloro.
El viejo, que se consideraba a sí mismo un sabio y creía entender las penas de la gente, aunque deseaba comprender a aquel hombre y descifrar su misterio, no encontraba respuesta, pues ¿cómo podía convertirse una piedra en bailarina? Mientras el hombre seguía tirando piedras al mar, el viejo, con ánimo de ayudarlo, le dijo:
―No estés triste. Piensa en cada piedra que arrojas al mar, mírala con amor y en cada una verás una bailarina.
Entonces el hombre contestó:
―Pobre iluso, ¿cómo puedes creer qué de una piedra se haga una bailarina?
El viejo sabio se sorprendió. Si el hombre le había dicho que una piedra se había convertido en una bailarina, lo mismo sucedería con cualquier otra, pensó con lógica. Pero bajo la simple verdad de esas palabras, el viejo intuyó una profundidad desconocida. Se sintió perdido.
El hombre siguió diciendo:
―No puedes ayudarme ni darme lo que necesito, nadie puede. Has viajado mucho para descifrar un secreto que es el de todos los hombres. No los has descubierto porque jamás has vivido la felicidad. Buscaste la sabiduría pero no encontraste el amor. ¿Acaso te espera una bailarina que baile para ti en las noches de Luna?
En ese instante, el viejo sintió la inutilidad de su vida; ahora él era un alumno, un alumno que debía descubrir lo que yace atrapado entre la incredulidad de la fantasía y la lógica de la razón. Conmovido por la serena sinceridad de ese hombre, el viejo permaneció callado, pensando, dudando.
El hombre volvió a hablar:
―Nadie puede devolverme mi piedra. Es fácil engañar al dolor y al sufrimiento. No puedes ayudarme porque esa piedra que bailaba como un ángel de todos los cielos era mi mujer. Ella me hizo el hombre más feliz del infinito. Me quedé sin fuerza cuando la perdí. ¿Dónde está tu sabiduría? ¿Qué puedes enseñarles a mis lágrimas de amor y de dolor?
Recogió una piedra, miró hacia el horizonte donde el cielo y el mar se unían y suspiró:
―La felicidad bailaba para mí todas las noches con luz de Luna ―y la arrojó más lejos que las demás.
El viejo se puso de pie para marcharse, pero antes el hombre le dijo:
―Los tontos no son tan sabios y los solitarios no son tan locos; la verdad se tiñe a veces de mentira y la mentira brilla como la verdad.
El viejo alzó su mano en señal de despedida. Ahora él también lloraba.
―Adiós.
Se fue con el alma atravesada por una lección que aún no comprendía. Reflexionando sobre la verdad y la mentira, la razón y el espíritu, una suave luz de Luna lo iluminó a medianoche. Ya no le pesaban las piedras en sus bolsillos.






miércoles, 6 de enero de 2016

EL ÁRBOL DE LAS MARIPOSAS


 CUENTOS Y RELATOS
     EL ÁRBOL DE LAS MARIPOSAS 

―Cuánto habéis tardado en venir. ¿Eres de mi familia?
La anciana contestó:
―Soy tu sobrina, hija de tu hermana. Cuando ella y tu madre se fueron de aquí yo aún no había nacido. Tu madre, la mía, luego yo y mi hija nos pasamos la vida buscando el modo de romper el hechizo.
―¿Qué será ahora de nosotros? ¿Seguiremos siendo jóvenes o envejeceremos rápidamente antes de que amanezca?
―Querida niña, vuestra vida comienza ahora. Solo envejeceréis con el tiempo natural. Tenéis la misma edad que cuando os hechizaron. Aquí nacerán vuestros hijos y vuestros nietos. Reconstruiréis esta casa y recuperaréis las muchas tierras que os pertenecen.
―¿Y de mi familia? ―preguntó el joven―. ¿Qué sabes de ella?
―Nada sé, lamento decírtelo. Tu familia y la mía debieron marcharse de estas tierras. Ese fue el trato, nunca volver hasta que el hechizo desapareciera.
―He estado solo mucho tiempo ―murmuró el joven con la cabeza baja, conmovido por la suerte de los suyos―. Siendo un árbol sin fruto, lo único que me consolaba y me daba fuerzas era cuando ella me abrazaba cantando. Era un consuelo que despertaba mi esperanza de poder abrazarla yo a ella en cada nueva primavera.
Se hizo un silencio de dolor por la pérdida pero también de felicidad por lo que les esperaba.
―¿Y qué vas a hacer tú ahora? ―le preguntó la muchacha a la anciana.
―Volver a mis lejanas tierras y morir allí con mi familia. Por haber descubierto el remedio, no podré regresar aquí. Así funciona la magia.
Le agradecieron a la anciana la oportunidad de seguir viviendo una vida normal y poder morir algún día cuando les llegase la hora verdadera.
―Ahora disfrutad de vuestras nuevas vidas con intensidad y amándose como hasta ahora lo han hecho. Entre estas ruinas he arreglado un cuarto para que podáis descansar. Después será vuestra labor convertirlas en vuestro hogar.
A la mañana siguiente el joven no encontró a la anciana. Regresó al cuarto y vio a su amada en la cama. Le entregó una hermosa rosa roja en cuyos pétalos aún brillaba un resto de polvo dorado, y le dio las gracias por haberlo visitado cada noche de primavera. Se abrazaron. Una nueva vida los esperaba. El hechizo estaba roto para siempre y por toda la eternidad.
 

martes, 5 de enero de 2016

EL ÁRBOL DE LAS MARIPOSA



EL ÁRBOL DE LAS MARIPOSAS

En las afueras de una aldea había en un prado una casona vieja y abandonada desde hacía muchos años. Tan grande eran las ruinas que parecía un fantasma de sí misma, tenía el tejado roto y por él, la nieve la invadía en invierno y la brisa caliente en el verano. Entre las malezas y arbustos silvestres del jardín se erguía un árbol que nunca daba frutos ni tenía hojas. De sus secas ramas lloraba la nieve y se mezclaba con sus lágrimas por verse tan desnudo.
Todos los días de primavera desde hacía tantos años el campo se vestía de colorida belleza, se alfombraba con orgullosas flores de tiernos aromas y desde el amanecer hasta el ocaso, una nube de mariposas anaranjadas visitaba al árbol desnudo bailando a su alrededor, de arriba abajo, como si quisieran protegerlo o señalar su existencia en el prado. Por las noches, una vez retiradas las mariposas, se le acercaba una figura misteriosa, como envuelta en un pálido reflejo de Luna. Ninguno de los aldeanos sabía quién era ni a qué recuerdos evocaba. Pero quien mirara con los ojos del alma reconocía a una mujer vestida de blanco que besaba al árbol y le cantaba una melodía tan triste que lo hacía llorar. Esto ocurría todos los años, desde el primer día hasta el último de cada primavera.
Otro año se acercaba. En los almendros las flores se asomaron con timidez en las ramas y luego, poco a poco, otras plantas se unieron al anuncio de una nueva primavera con un silencioso estallido de vida. Las mariposas anaranjadas volvieron a bailar en un remolino de colores alrededor del árbol desnudo, pero esta vez las acompañaban otras muchas de variados colores.
Pero un día, de pronto, con los últimos rayos de sol, las mariposas detuvieron su danza de remolino alrededor del árbol y se posaron sobre sus ramas. Un campesino que pasaba por allí se quedó maravillado al verlo cubierto de palpitantes alas multicolores. Fue un segundo que duró más que un suspiro, hasta que las mariposas volvieron a danzar. Asombrado, el campesino siguió su camino polvoriento sin darle mayor importancia.
Esa misma noche apareció la dama. Su aura de reflejo de luna, ya no era pálida sino que brillaba ahora con viva intensidad. Se acercó al árbol. Lo besó. Y mientras le cantaba su triste melodía, los aldeanos decían que la brisa nocturna de primavera era un arrullo de sueño reparador.
Un día llegó una anciana a vivir en la vieja casona. Nadie sabía de dónde venía ni quién era ni le importaba. La gente no quería saber nada del prado, de la vieja casona y del desnudo árbol.
La anciana hizo algo extraño: esa misma tarde colgó de las ramas muchos lazos de colores que ondearon al viento.
Esa noche, la joven de blanco abrazó al árbol rodeado de lazos de colores, lo besó, y cantó. Pero ahora su melodía festejaba la esperanza.
El hechizo con el que hace muchos años una mujer maldijo a una pareja, ella la convirtió en el espectro de una mujer de blanco, al joven en un árbol seco y desnudo, se estaba rompiendo. La anciana vio la escena desde la casa y las lágrimas surcaron sus arrugadas mejillas, por fin había encontrado la manera de romper el hechizo.
Hasta entonces, él siguió siendo un árbol solitario y ella solo podía visitarlo por las noches, entre el fin del otoño y el principio del verano. El resto del año desaparecía invisible para el mundo. Sus familias debieron abandonar esas tierras para regresar solo si se rompía el hechizo del que ambos jóvenes eran prisioneros. Por fin la anciana poseía ese poder. Y se disponía a usarlo.
Aquella noche la Luna brillaba más que nunca. La anciana se acercó muy despacio. Esparció polvo dorado sobre la joven abrazada al árbol. Después rodeó el tronco y a la joven abrazada a él con una venda ancha y blanca mientras susurraba una oración. Ambos quedaron envueltos mientras la anciana caminaba rezando alrededor de ellos. Al dar las doce en el campanario del pueblo, las estrellas y la Luna se apagaron y el árbol, la joven, la anciana y la casa desapareció. Largos segundos después, como si la luz del mundo abriera un ojo luminoso, donde recién habían estado la joven y el árbol, había ahora una pareja desnuda y abrazada. La anciana los cubrió con una manta para que no cogieran frío y los ayudó a ponerse de pie para llegar a la casa. Les dio ropa y les hizo beber una pócima para borrar los últimos dolores del hechizo. Por entre los huecos del roto tejado entraba la luz de la Luna llena. En la chimenea, los troncos encendidos hacían estallar diminutas y restallantes estrellas de fuego. Todo volvía a la normalidad. La joven preguntó:

―Cuánto habéis tardado en venir. ¿Eres de mi familia?