jueves, 26 de enero de 2017

MI SECRETO ES MI CONDENA

La imagen puede contener: 3 personas, texto

Capítulo 2

JULIA VISITA LA CÁRCEL

El lunes por la mañana, Julia se vistió con un traje de chaqueta gris con reflejos marrones, muy sobrio, y con una camisa blanca. Como siempre, el pelo recogido con un pasador, bolso y zapatos negros. Francamente delicada y elegante.
Condujo su coche hasta la cárcel, aparcó y se dirigió a la entrada, decidida a realizar su labor.
—Me llamo Julia Martín —se identificó ante los guar­dias—. El director me ha citado para que visite a un preso.
—El director no está, pero ha dejado el historial que usted necesita —respondió el agente—. Un celador la llevará a ver al recluso.
El agente llamó a otro compañero.
—Acompaña a la señora. Tiene que ver al preso 502.
El guardia llevó a Julia a una sala donde había una mesa vacía. Ella dejó el historial sobre la misma, y miró por un ventanal estrecho y alargado que daba a un patio bastante pequeño; fuera no había nadie paseando. Sintió que abrían la puerta, pero no se giró, siguió observando el exterior.
El recluso era un hombre alto, de pelo largo y barba; esta cubría bastante su rostro. Lo hicieron sentarse y Julia se volvió. Cuando aquel hombre la vio, abrió los ojos pero su boca permaneció cerrada, sin pronunciar palabra. A continuación, él bajó ligeramente la cabeza, impidiendo que ella viese su agónica mirada.
Ella, con firme voz, le dijo:
—Me llamo Julia Martín. Soy su nueva abogada y estoy aquí para revisar su condena. No me gusta usted, ni me gusta trabajar para un asesino de adolescentes, pero me lo han encargado y me debo a mi trabajo.
Él no habló. No quería que ella lo reconociera… pero Julia pronto lo sabría, cuando abriera su expediente y leyese su nombre.
¡Qué broma más macabra le estaba jugando el destino!
Ella miró el documento y lo vio: Óscar Ruipérez; se puso la mano en la boca para no gritar y, sin decir nada, ni una sola palabra, se fue hacia él y lo cogió por la solapa de su camisa.
—¡Maldito y mil veces maldito! Te alejaste de mí sin decir nada. Te esperé un día y otro. ¡Y te dedicaste a ma­tar adolescentes! ¡No me digas que eres inocente, porque todas las pruebas te culpan! ¡Eres un miserable asesino!
Él, con un gran dolor en el corazón, que por momentos le palpitaba más y más deprisa, se quería morir cada vez que ella le golpeaba el pecho con la rabia contenida por su intenso odio y desconsuelo.
Habló muy despacio, mirándola a los ojos, viendo el brillos de las lágrimas que se resistían a salir.
—Yo no maté a aquella niña. Puede que tú no me creas, pero te juro que yo no lo hice. No, Julia, no lo hice.
—¡¿Cómo que no?! Dejaste tu huella en el lugar del crimen, en una colilla tu ADN te delata, el testigo te vio y te reconoció. No voy a revisar tu condena, no podría estar viéndote, porque siento tanto odio hacia ti que… ¡No! ¡Renuncio, maldito asesino!
Julia cogió el bolso y salió deprisa, sin mirar atrás. Mientras, el guardia observaba extrañado a aquella mujer que, corriendo, atravesó el pasillo sin dar explicaciones.
Una vez dentro del coche, se quedó sentada con la cabeza sobre el volante. Lloraba amargamente, y estuvo así por un buen rato, luego sacó un pañuelo del bolso para secárselas lágrimas.
—¿Por qué? —se decía—. ¿Por qué, Dios mío, después de veinte años me encuentro de nuevo con él?
Había hallado a quien fue su joven amante, el que le había prometido amor sincero para toda la vida, y se había marchado aquella mañana, de su única noche de amor con ella… para matar a una indefensa adolescente.
Llamó a su oficina y le dijo a su secretaria, que le respondía al otro lado del teléfono:
—Carolina, me voy a tomar el día libre; si hay una urgencia me llamas, voy a estar en casa.
—De acuerdo, Julia, así lo haré. Adiós.
Cuando su amargado marido llegó al mediodía, solo recibió reproches.
—Te llamé a tu oficina y no estabas. ¿Qué tripa se te ha roto para no ir a trabajar?
—No acudí porque no me apetecía.
—¿Y desde cuándo no te apetece ir a tu despacho con lo eficiente que tú eres?
—Basta ya de controlarme, Ramón. Basta ya de controlarme a todas horas. ¡Basta ya!
Y Julia, casi fuera de sí y conteniéndose a duras pe­nas, decidió irse para la cocina.
Por la tarde llegó su hijo Íker y lo primero que ella hizo fue ir  a hablar con él en su habitación. El chico, extrañado, le preguntó:
—¿Qué te ocurre, mamá? Te encuentro nerviosa.
—Quiero hablar contigo de un asunto.
—Tú dirás, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?
—Hace mucho tiempo que no me preguntas por tu verdadero padre.
—Sí, hace mucho. Me cansé de hacerlo porque nunca me dabas respuestas…
—Pues hoy tengo una noticia y una respuesta que darte. Yo nunca he sabido de él. Nada. Ni de su trabajo, ni de su vida. Se marchó de mi lado y nunca supe nada, hasta hoy.
—¿Qué quieres decir, mamá? ¿Ha vuelto ahora, después de tantos años?
—No, hijo, no ha vuelto. Pero tú me dices siempre que, cuando tenga noticias, te las cuente, sean buenas o malas.
—Sí, mamá, claro que quiero saber dónde está o qué ha sido de él. ¿Dónde lo has encontrado?
—En la cárcel.
—¿En la cárcel?
—Sí, hijo mío. Me contrataron para revisar una condena, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que tu padre era el asesino.
—¿Un asesino de verdad? —expresó el joven, en un estado de agitación y nerviosismo.
—Yo no sabía nada, hijo, él se marchó y nunca supe más de él. De eso hace veinte años. Me hubiera gustado no haberte dado esta mala noticia.
El joven se sentó. Aquello le había pillado desprevenido.
Julia salió del cuarto con su corazón dolorido, no podía cambiar el destino, ni suavizar lo que su hijo sentía en aquel preciso momento.

 En la cárcel, Óscar Ruipérez pidió cita con el director en su despacho.
—Ya no deseo que me revisen la condena —dijo una vez situado ante la mesa—. Y, menos aún, esa abogada; no la quiero ver más por aquí. Soy culpable de todo, yo maté a esa niña y no quiero salir de aquí.
El director, incrédulo por lo que escuchaba, no comprendía cómo era posible, cuando el preso llevaba veinte años diciendo que era inocente y que la justicia había cometido un grave error con él.
“Un hombre no cambia esa versión, si no es por una razón más poderosa que su propia vida”, se dijo a sí mismo.
Lo vio alejarse, triste y abatido. Se dio cuenta que aquel hombre había cambiado su actitud, sin duda dentro de él se escondía un secreto. El director se decía que ese cambio había tenido lugar a raíz de ver a Julia.
“¿Por qué?”, se preguntaba una y otra vez.
Tenía que llegar hasta el fondo de toda aquella situación. Saber por qué Óscar había cambiado tan de repente.











 La imagen puede contener: 3 personas, texto

martes, 17 de enero de 2017



La imagen puede contener: 3 personas, texto


Derechos de autor


“Mi secreto es mi condena.”
©María González Pineda.

Corrección y maquetación: Tamara Bueno.
Portada: María Elena Tijeras.


Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, grabación u otros, sin el permiso previo del autor por escrito.



AGRADECIMIENTOS

Llegado el momento de dedicar y agradecer, lo primero es mi
familia por esta siempre ahí, apoyando.
Esta novela se la quiero dedicar a una gran mujer y mejor
persona, a la abogada Maribel Urbaneja, que contagia con su
alegría .
Sin duda a Tamara Bueno, mi correctora, por su cercanía y
trato agradable, y por poner su granito de arena para ayudarme
a construí mis sueños.
A esas personas que se han visto alguna vez en una situación
parecida a la que describo en esta novela, a lo que vive su
protagonista.
A mi maestra, Alicia Martín Ordoñez, y a todos mis
compañeros de la escuela de educación permanente







ÍNDICE

-Prólogo ………………………………………………. 13
-Capítulo 1: La fiesta del alcalde ……………………15
-Capítulo 2: Julia visita la cárcel ……………………21
-Capítulo 3: Íker visita la cárcel …………………….27
-Capítulo 4: Julia habla con Íker ……………………37
-Capítulo 5: Íker habla con un amigo ……………… 41
-Capítulo 6: La ansiada libertad …………………….45
-Capítulo 7: Encuentro de amor …………………….51
-Capítulo 8: Un regalo muy especial ………………..57
-Capítulo 9: Punto de encuentro ……………………..61
-Capítulo 10: El accidente …………………………...65
-Capítulo 11: El entierro de Noelia ………………....75
-Capítulo 12: Julia va a la comisaría ………………79
-Capítulo 13: Íker visita al maldito contable ………83
-Capítulo 14: El contable sale de peligro ……………87
-Capítulo 15: Encuentran los cuerpos de las niñas …99
-Capítulo 16: Las familias van a ver a Julia ……...107
-Capítulo 17: La noticia llegó a la cárcel …………113
-Capítulo 18: El entierro del contable ………….….119
-Capítulo 19: Íker conoce a Nerea …………………129
-Capítulo 20: Un encuentro inesperado ……………139
-Capítulo 21: Íker estalla en cólera ………………..147
-Capítulo 22: La familia sale de paseo ……………157
-Capítulo 23: Íker y Nerea ………………………….165
-Capítulo 24: Tras una noche de amor …………….169
-Capítulo 25: Gema habla con Nerea ………………173
-Capítulo 26: Laura …………………………………181
-Capítulo 27: Una mala noticia …………………….189
-Capítulo 28: Julia llega a casa ……………………197
-Capítulo 29: Íker va a Madrid …………………….203
-Capítulo 30: El viaje de Julia ……………………..209

-Capítulo 31: El juicio ……………………………….217
-Capítulo 32: Se reanuda el juicio …………………..225
-Capítulo 33: Una lluvia de harida …………………233
-Capítulo 34: Óscar y Julia …………………………249
-Capítulo 35: La llegada de Nerea ………….………267
-Capítulo 36: La boda ………………………….……273
-Capítulo 37: La desaparición de Nerea …………..287
-Capítulo 38: La fiesta de noche vieja …….………..301
-Capítulo 39: Año nuevo …………………………....305
-Epílogo ……………………………………………...313
-Sobre la autora ……………………………………..321
-Sinopsis ……………………………………………...322













  

Prólogo

POEMA A JULIA:
MI SECRETO ES MI CONDENA

Mi sueño de amor,
Duró tan solo unas horas,
El destino se encargó,
De destrozarme la vida

Viví una noche de amor,
Bajo la luna y estrellas
Lloró de alegría mi corazón
Y al otro día de pena

Me han condenado
Ya estoy en la celda
Por guardar un secreto
Que es mi condena

Solo me alimento
De los recuerdos de ella
Sueño que la tengo en mis brazos
Y  mis sueños la lloran

Mucho tiempo llevo
Consumido en la pena
Por guardar este secreto
Que es mi condena







Capítulo1

LA FIESTA DEL ALCALDE


Diciembre del 2010

Cada año por Navidad las empresas invitaban a sus empleados a un almuerzo o cena. Así celebraban las fiestas y daban por cerrado, simbólicamente, el año que estaba a punto de terminar. De esta manera tan peculiar, cada gremio pasaba por los principales restaurantes de la ciudad.
Una de esas reuniones la realizaba el alcalde en el Ayuntamiento. Entre los invitados se contaba con la presencia, entre otros, del jefe de policía y del director de la cárcel, la cual se encontraba a treinta kilómetros de la capital. A esa fiesta fue invitada una abogada llamada Julia Martín. Una mujer de unos treinta y siete años, y casada. Su marido era contable en una pequeña banca. Tenía una hija de él y un hijo de una relación anterior. Julia era una mujer alta y elegante, su piel era blanca y en su rostro se dibujaban unas finas arrugas. Y en su mirada se reflejaba una gran tristeza que ella intentaba disimular con una bella sonrisa. Ante el espejo, poniéndose un collar de delicadas perlas blancas, su marido le dijo, agrio como siempre:
—No sé por qué te habrán invitado a esta horrible fiesta de políticos. ¿Qué se te ha perdido a ti allí?
—Ignoro el motivo, pero creo que es de buena educación corresponder aceptándola. Como también lo sería, por tu parte, no mostrar tan a menudo ese mal genio, que es a lo que me tienes acostumbrada.
—Te has vestido como una diva con ese traje negro marcándote las curvas —expresó él malintencionada­mente—. ¿A quién quieres engañar? O mejor dicho, ¿a quién quieres gustar, para después tirártelo?
Julia no quiso caer en sus provocaciones. No era la primera vez que su marido la insultaba y, aquella noche, prefería no discutir. Tenía mucha curiosidad, por tan extraña invitación.

Cuando llegó al Ayuntamiento, vio que el cóctel ya se estaba sirviendo. La gente charlaba muy animada y los camareros pasaban bandejas llenas de apetitosos manjares. Uno de ellos, al pasar, les ofreció una copa, y ella cogió una de vino tinto, al igual que su marido. Las señoras lucían sus mejores galas y los hombres, traje y corbata. Julia al que mejor conocía era al comisario de policía. Este, al verla, se acercó, dándole las buenas noches.
—Julia, gracias por venir —dijo besándola en las mejillas y se dirigió al marido, ofreciéndole la mano a modo de saludo—: Perdone, no le importa si le robo a su mujer un momento, ¿verdad?
El marido de Julia negó con la cabeza y ella acompañó al comisario.
—Voy a presentarte a una persona que tiene interés en conocerte. Es el caballero que está conversando con el alcalde. Su nombre es José Gutiérrez y es el director de la cárcel.
Ella observo al caballero que su acompañante le mostraba, el cual era un hombre alto, muy bien vestido con un traje azul oscuro y una camisa blanca, la corbata en un tono azul más claro, su pelo negro, y de penetrante mirada. “Un hombre muy atractivo”, pensó Julia.
Al llegar donde estaba, ella extendió su mano y sonriendo dijo:
—Mucho gusto en conocerlo, señor.
—El gusto es mío, señora Martín —expresó con voz ronca.
Ambos sonrieron.
—Quería hablar con usted. ¿Me acompaña?
—Por supuesto —aceptó a la vez que se excusaba con el comisario.
Una vez solos, en un lugar donde podían charlar sin ser molestados, el hombre le dijo a Julia:
—Señora, la he hecho venir esta noche para preguntarle si estaría usted dispuesta a revisar un caso, una condena. Es un asunto delicado; en aquel tiempo, todo un escándalo. Uno de esos casos que son llamados “de alarma social”; fue terrible, la verdad, todo el mundo quedó consternado. Hace ya veinte años de aquello, aun así estoy seguro que lo recordará.
Julia le miraba, escuchando con atención.
—La cuestión es que hay que revisar la condena, y mi deseo es que ese hombre no salga aún de la cárcel, porque cuando la prensa se entere y la familia hable del caso, seguro que protestarán por su excarcelación y esto generará nuevamente alertas sobre el tema.
—¿Qué crimen cometió ese hombre? —preguntó Julia más interesada.
El director se llevó la mano a su corbata, tratando así de buscar un punto de apoyo.
—Seguro que usted se acuerda —dijo—. Fue el caso de una adolescente a la que violaron y asesinaron cerca de aquí. Se llamaba Laura Ruiz.
—Sí, claro que lo recuerdo. La asesinaron en el Barranco del Lobo Negro, detrás de esas montañas. Yo vivía allí, con mi madre y mis tías; tenía la misma edad que ella.
—La cuestión es que, ese hombre, todavía jura, por activa y por pasiva, que es inocente. En veinte años no ha reconocido un solo día que fuese el autor del crimen. En este tiempo ha estudiado cuatro carreras, entre ellas, claro está, Derecho. Yo he analizado su historial y a mí me parece que todas las pruebas demuestran su culpabilidad: el ADN en una colilla encontrada al borde del precipicio, el coche blanco, que un testigo que afirma haberlo visto en el lugar, aunque el preso se excuse diciendo que se paró al borde del barranco para cambiar una rueda; esa persona dice que se acercó, le preguntó si necesitaba ayuda y él le dijo que no.
La abogada escuchaba cada detalle.
—No sé de qué manera se puede evitar que salga —afirma—. Ha pasado más años en la cárcel de lo debido, puesto que por cada carrera le corresponde una rebaja de unos meses y no se la hemos concedido; la última que ha realizado es la de Medicina. No sé por qué estudia alguien para salvar vidas, cuando anteriormente las ha quitado.
—Usted dice que ese hombre ha estudiado para reducir su condena. Pero ¿por qué médico? —preguntó Julia.
—No lo sé. No sé por qué. Sea como fuera, mi intención es que usted haga lo posible para que ese hombre no salga de prisión.
—Entiendo, pero él ha cumplido su condena. Hemos de comprender que ya ha saldado su cuenta ante la justicia.
—Sí, señora, es cierto lo que dice, pero los periodis­tas están siempre al acecho. Las televisiones, la familia… cuando se entere, sin duda, habrá un linchamiento mediático. ¿Cree usted que la sociedad le ha perdonado? ¿Que la familia le ha perdonado? No, Julia. Irán a todos los medios, sabrán cómo vender otra vez esta historia. Él tiene que seguir donde está. Julia, usted debe revisar el caso con detenimiento, fleco por fleco, para hallar la manera de evitar que salga libre.
Julia quedó contrariada tras la conversación. Pen­saba que, después de veinte años, el recluso tenía derecho a salir. Su deuda con la justicia y con la sociedad estaba liquidada. No le gustó que le ofrecieran el caso, pero sentía mucha curiosidad y eso la hizo aceptar.
—Si usted puede, vaya el lunes a ver al preso. Pregúntele, escuche qué dice y valore los puntos de su condena, analice todo lo que venga de él. —Hizo un alto y cambio de tema—. Pero ahora, vayamos con los demás y disfrutemos de la noche.
Julia fue a buscar a su marido. A este se le notaba enfadado por la excesiva espera. Tomaron una copa y se despidieron dando las buenas noches, excusándose por tener que irse pronto. De vuelta, Ramón Rojas, su marido, volvió a provocar a Julia:
—¿Qué tal con el director? ¿Ya habéis quedado para ir a la cama?
—¿Por qué me insultas? —respondió ella indig­nada—. Sabes muy bien que con ese hombre no tengo nada, que solo se trataba de una cuestión de trabajo. Siempre insinuando, ¿no te cansas una y otra de vez lo mismo? ¿Cuándo vas a hacer callar tu lengua malévola en contra de mí?
Ella no dijo nada más, no deseaba discutir, solo quería pensar en el trabajo que tenía por delante, centrarse en sus cosas. Sabía que su marido había adquirido el hábito de despreciarla, y que lo mejor era guardar silencio y hacer oídos sordos a lo que él dijera.










 La imagen puede contener: 3 personas, texto

domingo, 1 de enero de 2017

Un recuerdo


 
Autor: Salvador Ortiz Serradila

Fecha de Publicación: Abril 2013

Formato: 21x15 cm

Encuadernación: Tapa blanda con solapas

Paginas: 216 Aprox.

Precio: 12 Euros (iva incluido)

Genero: Fantasía, misterio, romántica.

Ilustraciones: Luis Pincho
Una enfermedad cardíaca asola a la humanidad. Desde el momento del nacimiento, todas las personas tienen contadas las pulsaciones de sus maltrechos corazones. En la sociedad no se practica nada que produzca placer y, mucho menos, dolor. Nada que eleve el ritmo cardíaco de manera sobresaliente durante un tiempo prolongado. La felicidad plena se desestima, pues su disfrute equivale a invertir una gran cantidad de pulsaciones, pulsaciones que deben utilizarse para subsistir.

El mundo opta por encarcelar sus emociones hasta que aparezca una cura. Nadie persigue sus sueños e ilusiones, nadie trabaja en lo que anhela, pocos se atreven a mantener relaciones sexuales y a enamorarse, tener descendencia, etc. Todos olvidan su misión en la vida para dejar vacíos sus corazones... Esos corazones que vibraban de energía cuando eran niños.

Cardopic, una empresa de productos farmacéuticos, mercadea una solución a la enfermedad