LA BIBLIOTECA
MÁGICA
Érase una vez un tiempo en el que la magia existía, y recorría un
valle perdido entre montañas. Era aquel un lugar con encanto. De esos que solo
aparecen en los sueños. Tenía una gran variedad de flores de colores y los
árboles eran maravillosos.
Allí había un
pequeño pueblo y, en él, una gran biblioteca de piedra con miles de libros que
dormían plácidamente en sus estanterías. De hecho, algunas de sus cubiertas estaban
llenas de polvo. En el centro, había mesas con lamparitas de color amarillo.
Esta biblioteca
era el orgullo de su alcalde que, amante de la lectura, había recopilado todos
los ejemplares que pudo encontrar en sus muchos viajes.
La bibliotecaria
era una mujer mayor de aspecto agrio y serio, que se complementaba con la
decoración de aquellas paredes antiguas. Sus gafas eran diminutas, y su pelo
castaño, recogido en un moño, la hacía más vieja y huraña. Se llamaba Lucía.
Habiendo firmado
el último pedido del mensajero, la mujer abrió la caja entregada y vio unos
libros con una extraña encuadernación. Los puso en un lado sobre una mesa para
poder inscribirlos en el registro. No había acabado de hacerlo cuando advirtió
que la jornada ya había terminado para ella, así que dejó la tarea para el día
siguiente. Cerró la puerta de la biblioteca con llave y todo quedó en un
silencio aterrador en aquella gran casa de piedra.
No habría pasado
ni una hora cuando un extraño suceso llenó de luz aquellas viejas paredes: los
personajes de los cuentos entregados por el mensajero salieron de los libros
para contar sus historias.
Una joven recitó
un poema de amor mientras un grupo de mujeres la escuchaban atentamente. Cuando
terminó, una le dijo: “Qué bella poesía. Mi corazón palpita por la emoción”.
Otra, desconsolada, dijo: “Mi amor se marchó. Me dejó sola. Se olvidó de mi”. Y
escuchando esta hermosa poesía no pudo resistir y estalló en sollozos: “Perdonad
―dijo― pro es que no he podido reprimir mis lágrimas”.
―No pasa nada,
mujer ―le contestaron―. Llora. Es bueno, cuando se hace por amor.
En lo alto de la
estantería, una locomotora verde comenzó a volar por el techo de la biblioteca.
Su silbido resonaba en la gran sala y una densa columna de humo salía de su
chimenea. Llegó a una estación en la que esperaba un hombre gordo con traje
azul. Era el jefe de estación y esperaba que los viajeros subiesen. Aquel tipo
hizo sonar su silbato y con voz ronca gritó una y otra vez: “Viajeros al tren,
viajeros al tren”. A continuación la locomotora se puso en marcha y empezó a
dar vueltas por la biblioteca.
No muy lejos de
ahí, unos cazadores charlaban animadamente diciendo: “Hemos de cazar a un gran
león”. Otro respondía: “O a un antílope”. “Sí ―insistía el primero―. Un
antílope estaría bien también. Pero mi deseo es encontrarme a un león de
cabellera dorada”. Fue entonces cuando, entre la maleza, a lo lejos, vieron
acercarse de pronto a ese gran león. Los cazadores dispararon su fusil repetidamente
hasta que lo abatieron.
―Habiendo dado
muerte al gran león de hermosa cabellera dorada, los cazadores se acercaron a
su víctima admirando el gran triunfo que habían obtenido en la sabana africana.
A varios metros,
había una colonia de monos que saltaban de rama en rama buscando las frutas más
apetitosas. Por la tarde, cansados, se reunían a purgarse los unos a los otros.
El aseo era imprescindible en aquella espesa jungla.
Mientras, una
manada de elefantes buscaba un lugar mejor donde pastar. Un lugar en el que la
hierba fuera más apetitosa.
En el cielo,
volaba un águila majestuosa que, desde arriba, miraba buscando una posible
presa. Sin embargo, el águila desde las alturas lo único que pudo ver fue a dos
niños que descansaban sentados en una estantería con la ropa rasgada y sucia.
Uno le contaba a otro sus numerosas travesuras. Y el otro reía con risa fresca
y burlona escuchando a su amigo. Después, los dos salieron corriendo en busca
de un riachuelo para bañarse y divertirse.
En el suelo de
la biblioteca se encendió de pronto una gran hoguera con una llama brillante. A
su alrededor unos pequeños seres bailaban sin cansarse danzas tribales; sin
darse cuentas que en una esquina, sentada en una pequeña mesita redonda, una
pitonisa se preparaba para echar el tarot gitano. Una joven, inquieta por saber
el futuro, escuchaba a la gitana con gran atención mientras esta extendía las
cartas sobre la mesa mirando los símbolos que en ellas aparecían.
Al otro lado de
la biblioteca, resonaban las carcajadas de una malvada bruja. Sus risas se
debían a que andaba preparando una poción mágica para hechizar a una hermosa
doncella, de cabellos negros y ojos verdes. Los personajes que la oían reír, se
escondían asustados. Mientras, dos cuervos negros volaban emitiendo siniestros
graznidos. Eran amigos de la bruja y, al acercarse a ella, uno se posaba sobre
su hombro, mientras el otro volaba inquieto alrededor.
Sí que era,
aquella de la biblioteca, una extraña y misteriosa magia. Sus piedras lo
sabían, mientras el reloj, cada hora avisaba con su din-don, din-don.
Apartadas en un
lugar más tranquilo, una joven muy bella le decía a su amiga: “Desde hoy, guardo
un tesoro”. “¿Un tesoro? ―preguntó la amiga―. ¿A qué te refieres? ¿Qué es? ¿De
qué se trata?” Y la joven respondió: “Hoy, una chica acarició las negras tapas
de mi libro con sus suaves manos, y yo me estremecí cuando lloró sobre mí y sus
lágrimas cayeron entre mis hojas. Eran como perlas de cristal. El color de sus
ojos era tan negro como la noche y su piel de porcelana blanca. No te puedes
imaginar lo bella que era la joven”.
“Has tenido
suerte”, dijo su amiga. “Dime, ¿tienes ahí tu tesoro?” Y, asintiendo, la otra
abrió el puño y le mostró las lágrimas que tenía guardadas. Su amiga dijo:
“Oooh. Qué hermosas son. Guárdalas en tu corazón.” Y, a continuación, las dos
amigas se fundieron en un abrazo.
Unos tambores
sonaban muy fuerte en el horizonte. Eran los indios preparándose para la batalla,
mientras bailaban alrededor del fuego. El jefe indio, de pie en la cima de una
colina, con su cabellera de plumas, sentía al viento acariciar su arrugado
rostro mientras miraba al horizonte, con la mirada perdida en el vacío.
En un mar de
ensueño, lleno de colorido, dos sirenas de hermosas y largas melenas doradas,
nadaban en círculos compitiendo entre sí. Presumiendo, una le decía a la otra:
“Yo soy más bella que tú”. La hermana, entonces, le replicó: “No, yo soy la más
bella”, mientras jugaban con las olas siempre compitiendo por su belleza. Las
sirenas se zambullían entre las olas y cantaban una dulce canción, que volvía
locos a los marineros que la escuchaban.
En un estanque
rodeado por un bello jardín, miles de mariposas blancas revoloteaban, entre las
muchas flores de delicados colores. Al otro lado, unos maravillosos lirios
blancos que adornaban el jardín mágico. De entre los árboles, salieron unas
extrañas criaturas. Eran ninfas que, revoloteando, le decían a un sinfín de duendecillos:
“Duendes, tenemos que darle vida y color a estas flores para que cada día estén
más hermosas”. Y los duendes se decían unos a otros: “Sí, vamos a trabajar
todos para que nuestro jardín sea el más bello y mágico”. Las hadas movían sus
alitas entre las flores, para darle color. Luego, comenzaron a volar en un
maravilloso vuelo de luz. La Luna, como una rosa de plata, iluminaba los
personajes de estos maravillosos cuentos, como si fuera parte de la magia que
inundaba la biblioteca. La Luna también deseaba colaborar y empezó a cantar una
dulce melodía de luz.
Allá, en el
fondo de la colina, unos lobos aullaban en la noche de luna clara, y corrieron
hasta perderse entre la arboleda.
Eran ya las siete
de la mañana, y los primeros rayos del Sol entraban en la biblioteca mientras
los personajes corrían, .cada uno, metiéndose en su libro. Y, cuando la
bibliotecaria abrió la gran puerta y entró en el recinto, comprobó sin sorprenderse
que todo estaba en orden.
En la ronda de
inspección rutinaria, todos los libros seguían durmiendo en el mismo lugar. La
mujer no sabía que por la noche en la biblioteca sucedía algo muy extraño. Ella
ignoraba que los personajes de los libros tomaban vida propia y salían de sus
cuentos.
Los primeros en
entrar a la biblioteca fueron dos niños que le dijeron a Lucía: “Buenos días,
Lucía. Queremos llevarnos un cuento de caballería”. Lucía les dijo: “Tercer estante
a la derecha”. Luego, acudieron dos estudiantes de medicina y, así, entre
visitas, trascurrió el día.
Aquella noche,
de nuevo, la mujer cerró la puerta de la biblioteca. El silencio se hizo dentro
y, a las doces, el reloj de nuevo comenzó a dar las campanadas de media noche,
los primeros en salir fueron unos pequeños ratoncillos que fueron en busca de
un trozo de queso. Y, luego, a jugar. De nuevo, la biblioteca tomaba vida. De
un libro emergió una gran nevada, cubriendo el suelo de blanca nieve. Dos niños
jugaban a tirase bolas. De pronto, los niños se apartaron rápidamente. A toda
velocidad pasó un trineo tirado por unos perros blancos que aullaban al correr.
Pasaron delante de ello y el conductor, al tratar de evitarlos, casi lo vuelca.
Parecía una carrera, porque el conductor iba abriéndose paso, pidiendo paso,
diciendo a los perros: “Vamos. Correr, correr. Llegaremos tarde. Correr”.
Haciendo sonar su látigo.
Un gran barco de
vapor hizo sonar su sirena en el recinto, llamando a los viajeros que emigraban
a otros países. Por la escalinata del barco, subían con sus maletas cargadas de
sueños e ilusiones en busca de una vida nueva y mejor. No era de extrañar que
viajaran a nuevo mundo. El barco navegaba por aguas profundas y, más adentro,
en alta mar, los piratas luchaban por conseguir un botín. El abordaje era
inevitable. En el silencio, el acero de las espadas resonaba con sonido huecos,
en una lucha encarnizada. En uno de los barcos, el capitán tenía una pata de
palo y muy mal genio. En el otro, un bucanero, un parche negro en el ojo
izquierdo. Los cañones quemaban pólvora con gran estruendo. Seguro que todavía
siguen, luchando, hasta en los confines del mundo.
De pronto
apareció en un rincón de la biblioteca un pueblo de casas de piedra y aceras empedradas.
Las casas estaban vacías. Allí solo había un fantasma olvidado que caminaba por
la colina como alma en pena. Arriba, en el cielo, pasaba por el horizonte un
viajero en globo. Las nubes le daban la bienvenida. El viento refrescaba la
cara a tan peculiar viajero, que mirando desde el cielo, trataba de tocar
aquellas nubes con la punta de sus dedos. En las profundidades del mar, un
misterioso submarino, navegaba por los océanos y, ante sus ojos, maravillosos
corales y sorprendentes criaturas marinas.
Pero el día
llegó de nuevo. Todo sucedía muy deprisa. Los personajes iban desapareciendo
uno a uno metiéndose en los libros y todo el misterio de la biblioteca, quedaba
de nuevo escondido.
La bibliotecaria
entró nuevamente con ese aspecto serio y agrio que le caracterizaba. Miró al suelo,
vio un libro, lo recogió, lo apretó contra su pecho y dio gracias porque cada
noche ella tiene un sueño. Sueña que la biblioteca toma vida propia y que los
personajes salen de los libros. Ella se convierte en una hermosa joven de cabellera
dorada a la que un joven príncipe de ojos azules viene a rescatar, desde un
bello país lejano hasta aquel maravilloso valle misterioso y mágico perdido
entre las montañas nevadas.
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