Diciembre del 2010.
Cada año por Navidad, las empresas invitaban a
sus empleados a un almuerzo o cena. Así celebraban las navidades y daban por
cerrado, simbólicamente, el año que estaba a punto de terminar. De esta manera
tan peculiar, cada empresa pasaba por los principales restaurantes de la
ciudad.
Una de esas fiestas, la celebraba el alcalde
en el Ayuntamiento. Entre los invitados se contaba con la presencia, entre
otros, del jefe de policía y del director de la cárcel, la cual se encontraba a
30 km de la capital. A esa fiesta, fue invitada una abogada, llamada Julia
Martín. Una mujer de unos 37 años, casada. Su marido era contable en una
pequeña banca. Tenía una hija de él y un hijo de una relación anterior. Julia
era una mujer alta y elegante, su piel era blanca y en su rostro se dibujaban
unas finas arrugas. A pesar de su juventud, su mirada era ya profundamente
triste. Ante el espejo, poniéndose un collar de delicadas perlas blancas, su
marido le dijo agrio como siempre:
- No sé por qué te habrán invitado a esta
horrible fiesta de políticos. ¿Qué se te ha perdido a ti allí?
- Ignoro el motivo. Pero creo que es de buena
educación corresponder aceptándola. Como también lo sería, por tu parte, no
mostrar constantemente ese mal genio, que es a lo que me tienes acostumbrada.
Entonces,
él dijo malintencionadamente.
- Te has vestido como una diva con ese vestido
negro marcándote las curvas. ¿A quién quieres engañar? O mejor dicho, ¿a quién
quieres gustar, para después tirártelo?
Julia no quiso caer en sus provocaciones. No
era la primera vez que su marido la insultaba
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