AQUÍ TENÉIS EL FINA DE MI RELATO:
FELIZ NAVIDAD
►Título: Cuentos y relatos
►Autor: María González Pineda
►Editorial: Autopublicado
►Género: Antología: contiene 7 relatos.
►Número de páginas: 78.
►Precio: Versión kindle Euros 3,15 /Venta en Amazon.
Este es un relato para todos mis seguidores. El veintisiete podre el desenlace de este relato. Dicen todos los que lo ha leído, que es un diamante, que pena no haber sacado una novela más extensa, yo lo escribir y no pensé en nada. Este es Mi regalos. Os deseo Feliz navidad.
Se duchó,
recogió todo y salió de la habitación. Se despidió del empleado de la recepción
y al chico que le trajo su flamante coche negro le dio una propina. Se puso en
marcha y salió de Madrid.
El viaje fue
tranquilo, sin sobresaltos, hubo poco tráfico en la autopista.
Casi a las nueve
de la mañana entró en su pequeño apartamento del pueblo, en el refugio de su
inspiración. Se sentó en su sillón y se quedó pensando en lo que le había
sucedido.
Sin darse
cuenta, estuvo más de una hora sentado, pensando, sintiendo, asombrado de que
tanto pudiera ocurrir en un solo día. Decidió llamar a su amigo por teléfono,
que no tardó en llegar.
Era muy rubio,
de ojos azules, guapo y alto, delgado. Apenas entró, le preguntó a Alejandro:
―¿Cómo te ha ido
en el viaje? Cuéntame del congreso. ¿Conociste a alguna escritora guapa?
Alejandro
suspiró antes de contestar:
―No acudí a ese
congreso.
―¿Cómo que no,
por qué?
Con generosos
detalles, deteniéndose cada vez que la emoción lo interrumpía impidiéndole
continuar, le contó lo que sucedió en Madrid.
El amigo se
extrañaba cada vez más de aquella historia que parecía sacada de una novela
rosa.
―¿Y qué piensas
hacer, la vas a escribir?
―Creo que sí,
que me pondré enseguida a hacerlo.
―Bueno, amigo,
entonces te harás invisible por algún tiempo, supongo que por eso no podré
verte.
Se despidieron
con un abrazo, y acordaron encontrarse cuando él terminara de escribir su
historia.
Cuando se quedó
solo, pensó detenidamente en cómo encauzarla, cómo podría salirle más natural,
más humana, cómo transmitir a quienes la leerían el sentimiento y la emoción
que en él aún perduraban. Sin pensarlo más, decidió dejar que fluyeran las
palabras y comenzó a escribir su encuentro con aquella desconocida mujer.
Los días se
sucedieron. A punto de acabar de escribir, Alejandro seguía dudando si mandarla
o no a la editorial. Llamó a su amigo rubio para que leyera la historia y así
pudiese ayudarlo a decidir. La reunión se realizó en el apartamento del
escritor. Cuando el joven amigo terminó de leer, le dijo:
―No quiero
pronunciarme, lo dejo en manos de tu editor.
Extrañado,
Alejandro le preguntó:
―¿Es que no te
ha gustado cómo he redactado la historia?
―No, no es eso,
es que no sé cómo encajar esta terrible historia, me deja perplejo, ¿sabes? Es
buena, no lo dudes, sé que es buena, pero tiene algo que me deja sin palabras.
Alejandro se
quedó un poco aturdido. Era la primera vez que su amigo no le ayudaba, que no
quería opinar sobre un escrito suyo.
Días después,
envió el libro a su editorial y esperó la respuesta.
Pensó en la
amiga que siempre estaba dispuesta a escucharlo. Quedaron en una cafetería. Era
una chica alegre, cariñosa, de pelo castaño largo y ojos vivaces, muy
agradecida a él por la ayuda que le había ofrecido cuando estudiaba periodismo.
Ahora, con la carrera terminada, se alegró mucho de verle y le abrazó
diciéndole:
―Alejandro,
¿cómo estás, mi niño?, qué alegría verte. ¿Qué tal te fue en el viaje a Madrid?
Él alguna vez
había pensado en ella como candidata a recibir su amor, pero ahora era tan solo
una buena amiga.
―Oh, ha sido una
larga historia, Lara, después te cuento. Pero dime, ¿cómo te va, señorita
periodista?
Ella le contestó
entusiasmada:
―Ya tengo
trabajo en un periódico, estoy haciendo poquito, pero el director me ha dicho
que muy pronto me mandará a hacer reportajes en el extranjero.
―Cuánto me
alegro de que te vaya bien y que puedas ejercer el periodismo de investigación,
querida amiga, pues esa ha sido siempre tu ilusión, ¿verdad?
La tarde
transcurrió en animada charla. Casi de noche se despidieron, quedando en volver
pronto a verse. Volvió a su apartamento. Se sentía cansado. Sin saber por qué
pensó en llamar a su madre, aunque no quería verla pues no le gustaba su nuevo
marido. Era una mujer a la que le gustaba mucho salir, divertirse, y había
estado varias veces ausente de su vida. Fue su padre quien le transmitió el
amor por las letras. Recordó cómo él, cuando era un niño, lo sentó una tarde en
sus rodillas frente a su escritorio de madera negra de caoba y le enseñó a
escribir el cuento de un niño valiente que le marcó su vida. Le brotaron unas
lágrimas en recuerdo de su amado padre, que se marchó un frío día de invierno
de un ataque al corazón.
Telefoneó a su
madre. Su voz le respondió, despreocupada como siempre:
―Hijo, ¿cómo
estás? Iba a llamarte mañana pues nos vamos de viaje a un crucero por el
Mediterráneo.
―Me alegro,
mamá, que te lo pases bien y disfrutes mucho, un beso.
―Gracias, hijo,
pero ¿me llamabas por algo en especial?
―No, mamá, por
nada, no te preocupes…
―Bueno, pues un
beso, ya te contaré cuando vuelva.
Varios días,
recibió por la mañana el llamado de su editor que lo citaba para hablar de su
obra. A la mañana siguiente entraba en el gran edificio. Saludó a la
secretaria, que lo hizo pasar al despacho de su jefe. Allí lo esperaba su
editor, serio como siempre. Se puso de pie para saludarlo, volvió a sentarse,
metió una mano en el cajón de la derecha de su escritorio y como una explosión
tiró el relato sobre la mesa.
―¿Tú crees que
esta historia vende, Alejandro? Se han escrito ríos de tinta sobre historia
parecidas. Esto no es comercial, es una bazofia. ¡Yo mismo te mandé a un congreso
de escritores para que conocieras a los amigos de tu padre, pero tú estabas
ocupado recogiendo a una mendiga de las calles de Madrid y te la llevaste al
hotel de mi amigo, y además lo quisiste denunciar si no la atendía! No me lo
puedo creer.
El joven acusó
la reprimenda:
―Sí, recogí a
una mendiga, y volvería a hacerlo. Y a tu amigo del hotel no le debo nada, le
pagué todas las facturas, ¿de qué puede tener queja?
El editor siguió
con su voz grave:
―No te pareces a
tu padre en nada, él todo lo que escribía lo vendía, tenía olfato literario, y
comercial, además.
Alejandro, ya
ofendido, replicó con fuerza:
―Entonces tú no
publicas lo mío por mí sino por mi apellido. Quiere decir que no soy escritor,
que no valgo nada, según tú. ¿Pues sabes qué te digo? Que si no quieres
publicarme esta historia, me da igual, lo haré yo aunque sea con mi propio dinero.
Y no voy a cansarme hasta que la vea en las librerías.
―Pues eso, ve y
gasta el dinero que tu padre te dejó en editar esa bazofia de mendicidad
callejera.
Ya harto de
discutir, Alejandro cerró la discusión con estas palabras:
―Has lo que tú
quieras, pero esta historia se dará a conocer de alguna manera, cueste lo que
cueste. Y no tengo más que decir. Conozco el camino.
El editor se
quedó pensando en voz baja, triturando cada palabra.
―El mismo genio
de su padre, son como dos gotas de agua. Lo que quería publicar, lo publicaba,
no sé cómo hacía para convencerme, siempre se salía con la suya. Si habremos
discutido… Y ahora, su hijo, igual.
En la calle,
Alejandro se subió el cuello de la chaqueta y se perdió calle abajo, entre la
niebla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario