Capítulo 5
ÍKER
HABLA CON UN AMIGO
Íker tenía un amigo en clase de
su misma edad. Se llamaba Roberto. Este era hijo de un funcionario de prisiones.
Un día, hablando con Íker, le comentó:
—Menudo papelón que tiene mi
padre en la cárcel.
—¿Y eso por qué? —le preguntó
Íker.
—Pues porque hay un preso que
parece que, después de veinte años, es inocente. Ha cumplido su condena y ahora
lo quieren excarcelar a escondidas y no saben cómo.
—¡No me digas! ¿Y quién se supone
que es ese hombre?
—No sé cómo se llama. Pero si lo
supiera, tampoco podría desvelarlo.
—¿Sabes?, es que ese hombre del
que hablas podría ser mi padre. Por eso te lo pregunto.
—¿Tu padre? No fastidies.
—Sí. Por eso lo digo.
Roberto se quedó de piedra. Sabía
que su amigo no bromeaba con el tema al decirlo.
—Necesito que me digas qué día lo
pondrán en libertad —le dijo Íker.
—Vale, de acuerdo. Pero si yo
hago esto por ti, me tienes que prometer que no se lo dirás a nadie. No puedo
desvelar secretos de mi padre, ¿entiendes? —le argumentó Roberto.
—Te juro que no lo diré, pero tú
también me tienes que prometer que nadie sabrá por ti que ese hombre es mi
padre. Te mantendrás callado y completamente al margen. Esta historia debemos
mantenerla en secreto. Por ti y por mí.
—De acuerdo. Cuando sepa el día y
la hora, te lla-mo.
Una mañana en el despacho del
director de la pri-sión, José le decía a Óscar:
—Usted ha terminado ya los
estudios de Medicina, ¿no es cierto?
—Sí, señor, es cierto.
—Sabe que va a salir libre pronto
y que en estos tiempos de crisis que padecemos, es muy difícil que en-cuentre
trabajo. Le va a resultar duro vivir fuera y, con un pasado como el suyo, más
aún. Pero he estado pensando y he llegado a la conclusión que, siendo médico
como es, le puedo ayudar.
—¿Ayudar?
—Eso es: ayudar. Mire, el 20 de
Febrero sale la expedición de una ONG importante fuera de España; no puedo
decirle aún con qué destino, eso es algo que asignan ellos, que son quienes
saben dónde los médicos son más necesarios. Si usted me dice que sí, el día 20
a las ocho de la mañana, un coche lo recogerá y así podrá comenzar una nueva
vida.
Óscar se quedó callado,
valorando, aunque no le disgustó la oferta.
—Pero había pensado descansar
aunque fueran tres días, y disfrutar de mi libertad, antes de, como usted pro-pone,
salir al extranjero.
—De acuerdo. El 17 de Febrero a
las ocho de la ma-ñana estará usted libre. Pero, en su situación, lo mejor es guardar
silencio. Cuanta menos gente sepa que está usted en libertad, mejor. ¿Me
entiende?
Óscar asintió con la cabeza, no
sospechando aún los cambios que se avecinaban.
Cuando volvió a la celda, se
planteó si Julia habría hablado con el director y si quizá le habría confesado
que la noche que mataron a Laura, ellos estaban juntos. Tam-poco le dio más
vueltas al asunto. Lo importante para él era que sería libre. Se había pasado
veinte años con ese único deseo. Había tardado mucho pero, al fin, llegaría.
Qué bien
sonaba la palabra libertad. La saboreó muchas veces hasta que llegó el ansiado
día del 17 de Febrero a las ocho de la mañana. Era jueves
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