—Soy consciente de que no es el momento
apropiado, y tendrá que disculparme si no soy delicado al pedírselo, pero hay
muchos pacientes que están en condiciones críticas y con posibilidades de
recuperación si se les sometiera a un trasplante. Su hija no tiene ninguna
posibilidad de vivir y sus órganos están en buen estado. ¿Sería usted capaz de
donarlos? No quiero ni es mi deber presionarla, pero sí es mi deber velar por
aquellos pacientes que dependen de la generosidad de personas como usted.
Piense cuántas vidas salvaría.
Ana sintió un zumbido en sus oídos, un
mareo que la envolvía y que parecía transformar aquella situación en algo
irreal, ajeno a ella. Las palabras del médico habían quedado como suspendidas
en el aire, flotando cerca de sus oídos en una dolorosa decisión que en aquel
momento no se veía capaz de tomar.
—No sé qué hacer, estoy muy confusa.
—Lo entiendo, yo sufrí lo mismo hace cinco
años. La voy a dejar sola para que lo piense. Su hija está por aquí, sígame,
por favor.
Llegaron a un pasillo, el médico abrió la
puerta de una habitación y allí vio a su hija, acostada, rodeada de sondas y
máquinas que emitían rítmicos sonidos. Su cabeza estaba vendada, pero por la
expresión de su rostro parecía no sufrir, como si nada le hubiera sucedido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario