Lo vio marcharse mientras, angustiado, se
sentaba a esperar. Pensó en la chica que había regalado su corazón y en su
madre. ¿Cómo sería la madre de una joven que había permitido la donación al
mismo tiempo que vivía el dolor más espantoso, el provocado por la muerte de su
hija? ¿Cuántas lágrimas estaría aún derramando por ella? Un estremecimiento
corrió por su espalda y se dijo: «Debo estar contento por esta oportunidad para
mi hijo». Pero extrañamente no lo estaba, y siguió haciéndose preguntas que no
obtendrían respuestas. Suspiró una y otra vez queriendo espantar los
pensamientos que como aves de presa revoloteaban en su mente.
Por una gran ventana vio llegar las
primeras luces de la aurora en el horizonte. Los rayos de sol fueron barriendo
la oscuridad hasta que desapareció por completo. El nuevo día ya estaba allí, y
con él escuchó el creciente murmullo de la gente. Un turno finalizaba. Los
profesionales se pasaban los historiales y las explicaciones de lo sucedido
durante la noche. Por los pasillos iban y venían personas, cada una con sus
problemas reflejados en el rostro, en espaldas cansadas. Una mano en el hombro
lo sobresaltó. Era Esperanza que lo miraba con los ojos de querer saber todo
sobre Alberto. Sintió alivio de ver a la mujer allí con él.
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