CUENTOS Y RELATOS
EL ÁRBOL DE LAS MARIPOSAS
―Cuánto habéis
tardado en venir. ¿Eres de mi familia?
La anciana
contestó:
―Soy tu sobrina,
hija de tu hermana. Cuando ella y tu madre se fueron de aquí yo aún no había
nacido. Tu madre, la mía, luego yo y mi hija nos pasamos la vida buscando el
modo de romper el hechizo.
―¿Qué será ahora
de nosotros? ¿Seguiremos siendo jóvenes o envejeceremos rápidamente antes de
que amanezca?
―Querida niña,
vuestra vida comienza ahora. Solo envejeceréis con el tiempo natural. Tenéis la
misma edad que cuando os hechizaron. Aquí nacerán vuestros hijos y vuestros
nietos. Reconstruiréis esta casa y recuperaréis las muchas tierras que os
pertenecen.
―¿Y de mi
familia? ―preguntó el joven―. ¿Qué sabes de ella?
―Nada sé,
lamento decírtelo. Tu familia y la mía debieron marcharse de estas tierras. Ese
fue el trato, nunca volver hasta que el hechizo desapareciera.
―He estado solo
mucho tiempo ―murmuró el joven con la cabeza baja, conmovido por la suerte de
los suyos―. Siendo un árbol sin fruto, lo único que me consolaba y me daba
fuerzas era cuando ella me abrazaba cantando. Era un consuelo que despertaba mi
esperanza de poder abrazarla yo a ella en cada nueva primavera.
Se hizo un
silencio de dolor por la pérdida pero también de felicidad por lo que les
esperaba.
―¿Y qué vas a
hacer tú ahora? ―le preguntó la muchacha a la anciana.
―Volver a mis
lejanas tierras y morir allí con mi familia. Por haber descubierto el remedio,
no podré regresar aquí. Así funciona la magia.
Le agradecieron
a la anciana la oportunidad de seguir viviendo una vida normal y poder morir
algún día cuando les llegase la hora verdadera.
―Ahora disfrutad
de vuestras nuevas vidas con intensidad y amándose como hasta ahora lo han
hecho. Entre estas ruinas he arreglado un cuarto para que podáis descansar.
Después será vuestra labor convertirlas en vuestro hogar.
A la mañana
siguiente el joven no encontró a la anciana. Regresó al cuarto y vio a su amada
en la cama. Le entregó una hermosa rosa roja en cuyos pétalos aún brillaba un
resto de polvo dorado, y le dio las gracias por haberlo visitado cada noche de
primavera. Se abrazaron. Una nueva vida los esperaba. El hechizo estaba roto
para siempre y por toda la eternidad.
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