miércoles, 20 de enero de 2016

UN VIAJE PARA LUCÍA

UN VIAJE PARA LUCÍA

Ocho de la mañana. Estación María Zambrano, Málaga. Dos mujeres esperan en el andén para subir al ave Málaga Madrid. Por el poco equipaje que llevan, se diría que van a estar muy pocos días. La mujer mayor tendrá unos cincuenta y cinco años y el cabello casi todo blanco. La más joven, unos veinticuatro años, el pelo largo y los ojos grandes y curiosos.
Cada una lleva una ilusión. La joven: poder conocer gente joven y dinámica que cambie su vida y salir, así, de la monotonía en que se encuentra sumida. La mayor: recoger un premio literario ganado en un concurso en el Norte de España, en Huesca, a más de Mil kilómetros de su casa.
Por fin le había llegado un reconocimiento literario. Tan esperado y merecido para ella después de muchos años de duro trabajo y de alguna que otra decepción. La escritura es su gran pasión. Gracias a ella pudo, además, salir de una depresión que durante años la tuvo sumida en una profunda tristeza. Comenzar a escribir fue para ella una fuente de vida y salud. Salió de esa depresión y una nueva inspiración, que la hacía ser feliz, se instaló en su vida.
Con paciencia y dedicación, soportando la poca fe de su familia y sus amigos, que en algunos casos se burlaban de ella pensando que era una vieja loca, fue escribiendo. Lucía –así se llama– nunca escuchó esos comentarios. Este era su primer premio. Había mandado muchos escritos a distintos concursos y nada, todos esos intentos fueron fallidos. Muchas novelas a editoriales también fueron devueltas. Ella era una sencilla escritora anónima y, hasta este momento, nunca nadie se había fijado en lo que escribía.
Nació en unos tiempos de escasez y miseria, que marcaron su vida, y de ese mundo Lucía sacaba sus maravillosos relatos. Siempre fue muy constante y decidida, nunca perdió la fe en lo que hacía, ni le tuvo miedo al fracaso.
Llevaba muchos años que no viajaba cuando subió a aquel tren. No recordaba aquella sensación y suspiró al ver que se ponía en marcha. Primero, muy despacio. Luego, a medida que salía de la ciudad, su velocidad aumentó hasta devorar la distancia. En tan solo dos horas y treinta minutos estaría en Madrid.
A su lado, su hija leía una revista de moda. Lucía cerró sus ojos y se quedó un poco adormilada. Cuando abrió los ojos de nuevo, ya habían llegado. Siguió a su hija en la estación de Atocha. Esta sabía el trasbordo que tenían que hacer. Un rato después, tomarían de nuevo otro tren en dirección a Zaragoza y Huesca. Lucía se sentía cansada. Tanta gente alrededor la agobiaba, acostumbrada a su casita, sus flores y el perfume del campo. Pensó que no cambiaría su huerta por nada, cuando su hija le preguntó trayéndola de nuevo a la realidad:
―Mamá, tengo hambre. Voy a comprar un bocadillo. ¿Te traigo uno?
―No. A mí no me apetece.
―Te vendría bien comer algo.
―No, hija. ¿Sabes lo que me a apetece? Un café calentito.
―Voy por él.
―Ya nos queda poco, ¿verdad?
―Sí, mamá. Muy poco.
―Qué ganas tengo de llegar al hotel, ducharme y descansar. Mañana nos queda un día ajetreado.
―Pero ya lo peor ha pasado.
Llegaron a la estación, bajaron del tren y pidieron un taxi que las llevó al hotel Sancho Abarca. Ya en la habitación, se pusieron cómodas y no tardaron en irse a la cama, ni en quedarse dormidas.
A la mañana siguiente, salieron. Huesca era una ciudad pequeña, comieron en un restaurante de la zona y visitaron la catedral. Era muy pequeña, de estilo gótico. Pasaron la tarde en una animada charla paseando por las calles, comprando algunos regalos.
A las ocho de la noche era la entrega del premio, y Lucía estaba impaciente. Llegó al teatro con un elegante vestido hecho con un mantón de Manila regalo de una amiga. Aquel mantón despertó curiosidad entre las damas que asistían al acto. 

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