
viernes, 24 de marzo de 2017
!!!NOVEDAD¡¡¡
Ya puedo decir que soy una escritora de romantcediciones, voy a editar una novela que va a dar mucho de que habar, una novela romántica para normal.... 

miércoles, 22 de marzo de 2017
EL ASESINO QUE SURGIÓ DE LA NIEBLA
Gracias a María Gonzalez Pineda les traemos un ejemplar en papel para España de su último libro El asesino que surgió de la niebla.
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viernes, 17 de marzo de 2017
EL ASESINO QUE SURGIÓ DE LA NIEBLA
“Volví a sentir
unas inmensas ganas de vivir
cuando descubrí
que el sentido de mi vida
era el que yo le
quisiera dar”
Paulo Coelho
BRUMA
OSCURA
I
Todas
las ciudades y los hechos, al igual que los personajes que aparecen en este
libro, son fruto de mi imaginación. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia.
El
asesino que surgió de la niebla.
Alan
El
timbre del teléfono suena varias veces, mientras me despierto atolondrado por
el sueño. El ruido que hace el maldito auricular suena demasiado estridente
dentro de mi cabeza. Me levanto de la cama, tambaleante, antes de llegar al
teléfono, el cual está en el salón, en una mesita cerca de la puerta de
entrada.
Me
duelen los ojos, abro y cierro mis párpados varias veces, antes de que se
acostumbren a la tenue luz. Miro por la ventana, buscando una brizna de
claridad. Tenía la persiana medio bajada, por ella veo la oscuridad de la
madrugada, que se cierne sobre la ciudad. Descuelgo el auricular, escucho la
voz de mi compañero que me dice:
—Buenas
noches comisario, perdone que lo despierte, necesitamos su ayuda.
—No
se preocupe por mí, cuénteme, ¿qué ha sucedido? —le pregunto intrigado.
—Un
crimen, señor, estamos en la ciudad vieja, en la calle Wine número 35.
—De
acuerdo, llegaré dentro de media hora.
—Aquí
le esperamos, hasta luego.
Cuelgo
el teléfono. Me dirijo al cuarto de baño, tengo que lavarme la cara con agua
fría para despertarme del todo. Lo primero que hago es abrir el grifo y recoger
un puñado de agua en las cuencas de mis manos, me lo estampo en la cara, cojo
la toalla y seco mi rostro mientras me miro en el espejo, con mis ojos de color
azul claro. Soy alto, moreno, aunque me parece que por poco tiempo, he visto
que tengo una cana, un pelo casi blanco, este acampa a gusto en mi negra
cabellera. Tengo más de cuarenta y dos años y creo que no estoy mal del todo.
Miro
el reloj, son las cinco de la mañana, me han dado una mala noticia. «¿Quién habrá
muerto?», me pregunto mientras me visto.
Soy
el comisario Alan Barton. Vivo en Black Mists, es una ciudad grande, por el
centro de la misma pasa un río, el cual la divide en dos partes; a un lado, la
parte que es muy antigua y vieja, en la cual parece que
el tiempo no ha pasado. La otra es más viva y moderna. El río es muy caudaloso,
las aguas que lleva tienen un olor pestilente. Tengo la impresión de que en la
vieja ciudad es como si nada hubiese evolucionado. Las calles están empedradas,
el pavimento es de color oscuro, la humedad que hay sobre el suelo es muy
consistente. Los coches no pueden circular por ellas, porque son estrechas y
deterioradas.
jueves, 16 de marzo de 2017
MI SECRETO ES MI CONDENA

Capítulo 9
PUNTO DE
ENCUENTRO
La mañana del 20 de Febrero
amaneció fría.
Óscar recogió toda la ropa que su
hijo le había comprado, la metió en la mochila, tomó un café, recogió la cocina
y lo dejó todo limpio y ordenado. Dio una vuelta por aquella casa que había
sido su hogar durante tres días. Miró el dormitorio, pensó en su amada Julia y
comprobó que tras el tiempo que habían estado separados, veinte años, la seguía
queriendo. Sentía el amor en su corazón tan fuerte como el primer día, cuando
salía con aquella alo-cada chiquilla, ahora convertida en una mujer hermosa,
clásica en el vestir y muy elegante. La recordaba con la camiseta blanca ancha,
los pantalones vaqueros rotos y el collar de piedras que le gustaba llevar. Lo
que más sentía ahora es que su mirada fuera triste, que su corazón estu-viera
vacío. Qué fría sería su vida al lado del maldito con-table que la enamoró para
después maltratarla psicológicamente. Hizo una mueca de rabia, suspiró y salió
a la calle. Una placita era el punto de encuentro, un coche ven-dría a
recogerlo.
Él se preguntaba cómo sería la
organización de Mé-dicos Sin Fronteras. Vio que un vehículo blanco que se acercaba,
se paró a su altura y un hombre preguntó:
—¿Es usted Óscar?
—Sí, soy yo.
—Monte, le llevó al aeropuerto.
En dos horas Sali-mos para Haití.
Subió al coche y este se perdió
por una ancha ave-nida.
Un capítulo de su vida había
terminado, el próximo estaba en blanco y preparado para ser escrito. Dejó atrás
la cárcel, su condena había pasado. ¡Cuánto dolor tuvo que curtir su corazón!
Cuando entró en aquella maldita prisión fue el día más triste de su vida; ahora
estaba en la calle, salía después de tanto tiempo entre rejas, y tenía la obli-gación
de ir en busca de la ansiada libertad. Recordó la desolada mañana en la que
ingresó en ella; estaba solo, ignorando los duros días que le quedaban por
vivir. Sin embargo, este nuevo viaje lo hacía acompañado de una pa-reja, que ya
estaban dentro del vehículo: un joven moreno de unos treinta años y una joven
algo menor. Óscar la miró y vio unos ojos curiosos y ansiosos, se dio cuenta
que eran unos enamorados.
El joven se presentó:
—Me llamo Emilio.
—Yo me llamo Libertad —añadió la
chica.
—Yo soy Óscar —correspondió él.
Y se dijo para sus adentros:
“Libertad. Qué maravi-llosa palabra. Qué nombre más bonito y qué mirada más
curiosa”.
—¿En qué hospital has trabajado
antes? —interrogó ella.
A Óscar no le gustó la pregunta.
Era comprometida. Tenía que inventar algo que fuera convincente, no quería
decir que había estado en la cárcel. Miró a su alrededor tratando de inventar
un argumento que resultara creíble y lo encontró:
—Cuando yo tenía veinte años me
tocó en la lotería un gran premio. Mi madre me dijo que estudiara mucho y me
saqué cuatro carreras, la última, la de medicina. No tengo problemas, no me
faltará el dinero, pues contraté a una abogada que me administra muy bien mis
bienes, mi sustento cada año aumenta más. Así que… ¿para qué trabajar?
La joven no preguntó más. Se
conformó con aquella respuesta, pero Óscar se quedó con mal sabor de boca por
la mentira que había soltado. No le gustó, no estaba acos-tumbrado a hacerlo.
Siempre intentaba ser honesto e ir con la verdad por delante. Ahora la pareja
pensaría que era ca-prichoso y un malcriado, un niño de papá, en definitiva, un
ricachón.
Ya en el aeropuerto se
encontraron con el resto del grupo que formaría la expedición. Entre los
médicos y las enfermeras había un hombre más mayor, parecía ser quien dirigía.
—¿Usted es Óscar Ruipérez?
—Sí, soy yo.
—No ha practicado la medicina,
pero veo que tiene otros estudios.
—Sí, he estudiado psicología,
economía y derecho.
—Usted irá con el grupo C. Los
del grupo A tenemos que determinar la gravedad cuando lleguemos. Hay epidemia,
aunque la prensa ya no escriba nada, ni la televisión apenas ofrezca noticias.
Venga, vayan factu-rando el equipaje —comentó el hombre dirigiéndose al grupo—.
Nos espera un largo viaje.
miércoles, 15 de marzo de 2017
martes, 14 de marzo de 2017
lunes, 13 de marzo de 2017
viernes, 10 de marzo de 2017
MI SECRETO ES MI CONDENA

Capítulo 8
UN REGALO
MUY ESPECIAL
Por la noche, Íker fue a ver a su
padre de nuevo.
—Mira lo que te he comprado,
papá, un maletín de doctor. Y mira dentro.
—¿Dentro?
Óscar se quedó de piedra, Íker le
había llamado “papá”. Entonces, abrió la bolsa y vio un fonendoscopio.
—¡¡Ooooh!! Gracias, hijo.
Acarició la bolsa y se la llevó a
su pecho.
—¡¿Qué sería de un médico sin su
herramienta más importante?! —comentó el joven.
Óscar abrazó a su hijo,
agradeciéndole el detalle emocionado y con lágrimas de gratitud que salían de
sus ojos y resbalaron por sus mejillas.
—He comprado algo de cena —dijo
Íker algo cor-tado por la reacción de Óscar—. Vamos a comer, tengo hambre.
—¿Se lo has dicho a tu madre?
—preguntó Óscar.
—Sí, ella lo sabe. Venga, vamos,
preparémosla.
Óscar lo ayudó a hacer la cena,
puso un mantel de cuadros azules y servilletas. Íker había comprado un pollo
asado, ensalada y patatas fritas. Óscar se sentía fenomenal al lado de su hijo.
¿Quién lo diría? Antes de Navidad, ni siquiera sabía que lo tenía, y de pronto,
ahí estaban. Qué hermosa recompensa tras veinte años de cárcel. Lo miró con
amor y ternura. No sabía cómo era el amor de un pa-dre, pero lo que sentía por
el joven le gustaba.
En casa, Julia preparaba la mesa
para la cena. Su marido, sentado, preguntó:
—¿Y tu hijo?, ¿dónde está esta
noche? ¿Qué tiene para no cenar con nosotros?
—Está con unos amigos, en una
despedida.
—Tu adorado hijo, cenando con los
amigos, está li-bre; no como mi hija, recluida en el centro de la buena
educación.
—No empecemos. Lo hemos hablado
muchas veces y ese es el único sitio en el que ella aprende.
—Para ti, ella no tiene valor
—replicó el contable mirándola con desprecio—. No la quieres. Es un estorbo.
—No digas eso. Ella es muy
importante en mi vida. Quiero que se haga una mujer y por eso está en ese
centro. Es lo mejor para todos.
—Para ti sobre todo. Así estás
menos atada y puedes putear con quien te dé la gana.
—Esta es la enésima vez que me lo
dices y, como siempre, te lo repito: “No puteo con nadie” —dijo ella tranquila.
—Lo hago porque ya no te acuestas
conmigo y sien-do tan ninfómana como eres, no puedes estar sin un hom-bre que
te folle.
Julia tenía que aguantar una y
otra vez los insultos de su marido. Hacía tiempo que había tomado la decisión
de cambiarse de habitación y él estaba rabioso.
—¿Sabes por qué no me acuesto más
contigo? Porque me cansé de hacerme la muerta para ti. Ni en mi cama ni en mi
corazón hay ya sitio para ti, y si no quieres aceptarlo, firma el divorcio.
—Eso jamás. No te daré ese gusto.
No firmaré nunca, ve acostumbrándote. Siempre serás mi esposa, aun-que no
duermas en mi cama y no pueda follarte como me gustaría. ¿Entendido, puta?
Julia calló, no quería seguir con
el tema, le daba as-co la forma en que le hablaba, así que cambió de conver-sación.
—El viernes por la tarde tienes
que ir por Noelia al internado. La próxima semana tiene vacaciones y yo no
puedo recogerla, tengo una reunión importante.
Él le respondió con mala
intención.
—No te preocupes, yo iré a por tu
estorbo.
Julia respiró hondo para no
seguir discutiendo con su marido.
miércoles, 8 de marzo de 2017
jueves, 2 de marzo de 2017
MI SECRETO ES MI CONDENA

Capítulo 7
ENCUENTRO
DE AMOR
Julia estaba deseando que llegara
la mañana siguien-te. Tenía una conversación pendiente con Óscar; debía decirle
todo lo que pensaba, cuánto había sufrido por su abandono y pedirle perdón por
su comportamiento cuando fue a la cárcel.
A la mañana siguiente, le parecía
que no llegaba la hora. Cuando su marido se fue, rápidamente llamó a su oficina
y Carolina, su secretaria, cogió el teléfono.
—Carolina, voy a llegar un poco
más tarde, tengo que recoger una firma para una demanda.
—Muy bien, Julia. No se preocupe.
Metió el teléfono en el bolso,
salió a la calle, se su-bió al coche y se dirigió al piso de Íker. El corazón
le pal-pitaba a toda prisa, parecía una niña que iba a su primera cita.
Julia llegó a la puerta y abrió
con sus llaves.
—Hola…
Él apareció en el umbral del
dormitorio y se disculpó automáticamente:
—Siento que me encuentres con
este aspecto tan de-saliñado, pero no quiero salir a cortarme el pelo ni afei-tarme.
—No importa. No te preocupes. Voy
a estar poco tiempo, solo quería pedirte perdón por mi comportamiento en la
cárcel, contigo.
—No hablemos de eso ahora. Lo que
quiero es fir-marte un papel, una autorización para que demandes al Estado. La
indemnización que recibas debes dársela a tu hijo; es lo único que puedo
ofrecerle —añadió con tris-teza—. He pensado irme con Médicos Sin Fronteras una
temporada, tengo que alejarme de aquí. Quiero olvidar mi pasado y esa maldita
cárcel en la cual he estado veinte años de mi vida.
La firma transcurrió en silencio,
luego Julia estudió los documentos y una vez hecho, ella los cogió y los metió
en el portafolio.
Sintió que Óscar se le acercaba,
notaba su respira-ción. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y su corazón
comenzó a galopar descontrolado, más aún cuando sintió su cuerpo contra el
suyo.
—¿Por qué no te sueltas el pelo
como aquella no-che? —preguntó él en baja voz, a la vez que le quitaba el
pasador que sujetaba la melena y metía los dedos por su cabellera. Le movió
cada mechón hasta que quedó suelto y fue cayendo sobre sus hombros—. Veinte
años llevo re-cordando las horas que te tuve, Julia, mi amor. Cada mi-nuto,
cada segundo de esa velada es lo que me ha man-tenido vivo durante este tiempo,
sin tocar a otra mujer. Te tenía en mi pensamiento, te visualizaba… Cada noche
me preguntaba cómo estabas, qué estarías haciendo… Si me odiarías. Si te
acordarías de mí…
La atrajo hacia él y besó sus
labios con suavidad, como si fuera una mariposa que se posa en una flor. Sus-piraba.
Acariciaba su espalda y sus pechos con delicadeza. Él le dijo, con voz
entrecortada por la emoción, el deseo de tenerla por no abalanzarse sobre ella.
—No sé si puedo resistirme, mis
anhelos me nublan la rozón y no quiero hacerlo rápido, deseo estar contigo el
mayor tiempo posible.
Le bajó la cremallera de la
falda, mientras seguía besándola en el cuello, y esta cayó al suelo. Desabrochó
los botones de su blusa y, poco a poco, besó sus pechos; Julia callaba,
evocando sueños de placer, y Óscar enlo-quecía ante su silente aceptación y el
deseo que nublaba la mirada de su amada. Sintiendo el calor de su cuerpo, beso
a beso, la atrajo a la cama. Él se tendió y ella quedó en-cima.
—¿Recuerdas aquella noche? Me
dijiste que estabas cabalgando hacia las estrellas; ahora yo te digo: quiero
ser ese corcel para que llegues al cielo y entregarte una.
Vio cómo Julia contenía su
placer. Sus suspiros la ahogaban en el silencio.
—No te reprimas. Grita —gruñó en
medio del éxta-sis que lo consumía.
Se dio la vuelta y ella quedó
debajo. Acarició, palmo a palmo, todo su cuerpo. Entre susurros y besos se
demos-traban el amor que sentían. La pasión los desbordó con an-siedad por
tantos años en los que los dos habían ocultado aquel deseo. Dulcemente, entre
besos, él le decía:
—Tú tampoco has olvidado esa
noche, ¿verdad, Ju-lia?
—Nunca la olvidé, jamás se ha
borrado de mi mente. Te quise tanto… que te odié por tu marcha y por todo el
amor que por ti sentía.
—¿Y a tu marido? ¿Cómo lo
soportas?
—Con mi marido hago como que no
estoy, me hago la muerta y me niego a sentir algo. No quiero sentir nada. A él
eso parece que le pone más, pero a mí me repugna. No quiero hablar más de eso
—rechazó ella tratando de apartar de sus pensamientos imágenes que desearía bo-rrar—.
Háblame de ti. ¿Por qué te vas?
—Porque no podría estar aquí
viéndote con ese maldito contable.
—Así lo llama mi hijo. —Julia reprimió
una sonrisa al ver que ya tenían algo en común, algo que el hijo le había
pegado al padre.
—Sí, él me lo enseñó. Me hace
gracia cómo lo dice. Además, me moriría de celos viéndote con él y no con-migo—expresó
en alto sus más íntimos sentimientos—. El domingo por la mañana me marcho…
—¿Volverás algún día? —El anhelo
se percibía en su voz, aunque quisiera ocultarlo.
—Volveré. Creo que sí, pero
tardaré. No me voy a olvidar de ti, mi amor. Solo te he querido a ti y no
dejaré de quererte en la vida. —Su amor era puro y debía apro-vechar el momento
para hacérselo saber—. Si alguna vez puedes dejar a ese hombre, avísame.
Vendría volando a tus brazos y no me separaría más de ti en toda mi vida. Si tú
y yo pudiéramos tener una segunda oportunidad… si la vida nos uniera otra vez…
Julia se mantuvo un segundo en
silencio, luego dijo con voz suave, sabiendo que no podía ocultarle nada:
—Quiero decirte algo: tengo una
hija con mi marido, tiene quince años.
Óscar se quedó callado, parecía
que no encontraba las palabras adecuada, pero al final dijo:
—Ella sería bienvenida, es tu
hija, y yo la querría igual que a mi hijo, la aceptaría con cariño, tener una
familia sería lo más grande para mí.
Entre besos y caricias seguían,
los dos como si una fuerza los poseyera y los envolviera. Sin cansarse de aca-riciarla,
Óscar la tenía junto a él. Debía aprovechar ese momento; quizá, la últimas vez
que la tendría entre sus brazos.
—Óscar, tengo que irme —susurró
ella—. Quiero darte las gracias por haberme hecho sentir este dulce amor, ser
mujer de nuevo… a tu lado. Cuídate mucho allá donde vayas.
Él la miró mientras se vestía. Se
levantó y cogió su cara con las dos manos. La besaba una y otra vez, de-seando
retenerla a su lado, alargar ese tiempo con ella. Ella lo rodeó por la cintura
pero, de pronto, se separó.
—Si no hago un esfuerzo, no me
marcharé nunca. Adiós.
Cogió el portafolio y salió
corriendo. Ya en el pa-sillo, alisó su pelo con los dedos y en el ascensor se
miró al espejo, se recogió el cabello con el pasador y pintó sus labios. Una
vez en la calle, temía, por si alguien notaba lo que había sucedido. Su mirada
estaba brillante pero no pensó nada más, no debía. Cuando llegó a la oficina,
le di-jo a su secretaria:
—Carolina, toma estos documentos
y estúdialos con detenimiento, son para una denuncia contra el Estado. Di-me si
es suficiente, este hombre no estará presente en el juicio. Se marcha al
extranjero —añadió más para sí mis-ma, sin poder ocultar la melancolía.
—Sí señora, es suficiente
—respondió sin notar, o tal vez dejando al margen lo que la voz de Julia
reflejaba, pues ella no era nadie para meterse en la vida de su jefa. Julia era
amable y cariñosa en el trato, pero la relación en-tre ambas era puramente
profesional—. Con esto ya pode-mos demandar.
—Pues, entonces, el caso es tuyo.
Puedes trabajar en él desde este mismo momento. Tendremos que aportar muchas
pruebas y puede que yo tenga que declarar. De momento es esto, empecemos a
trabaja en la demanda, que de sobra sé que el proceso tardará hasta que nos den
la in-demnización. Además, como te he dicho, con este hombre no podemos contar
mientras esté fuera. Somos nosotras sus manos, sus ojos y su boca.
—Gracias por confiar en mí
—expresó Carolina—, por darme este caso. Trabajaré bien, se lo aseguro. No ten-drá
problemas conmigo.
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