Capítulo 8
UN REGALO
MUY ESPECIAL
Por la noche, Íker fue a ver a su
padre de nuevo.
—Mira lo que te he comprado,
papá, un maletín de doctor. Y mira dentro.
—¿Dentro?
Óscar se quedó de piedra, Íker le
había llamado “papá”. Entonces, abrió la bolsa y vio un fonendoscopio.
—¡¡Ooooh!! Gracias, hijo.
Acarició la bolsa y se la llevó a
su pecho.
—¡¿Qué sería de un médico sin su
herramienta más importante?! —comentó el joven.
Óscar abrazó a su hijo,
agradeciéndole el detalle emocionado y con lágrimas de gratitud que salían de
sus ojos y resbalaron por sus mejillas.
—He comprado algo de cena —dijo
Íker algo cor-tado por la reacción de Óscar—. Vamos a comer, tengo hambre.
—¿Se lo has dicho a tu madre?
—preguntó Óscar.
—Sí, ella lo sabe. Venga, vamos,
preparémosla.
Óscar lo ayudó a hacer la cena,
puso un mantel de cuadros azules y servilletas. Íker había comprado un pollo
asado, ensalada y patatas fritas. Óscar se sentía fenomenal al lado de su hijo.
¿Quién lo diría? Antes de Navidad, ni siquiera sabía que lo tenía, y de pronto,
ahí estaban. Qué hermosa recompensa tras veinte años de cárcel. Lo miró con
amor y ternura. No sabía cómo era el amor de un pa-dre, pero lo que sentía por
el joven le gustaba.
En casa, Julia preparaba la mesa
para la cena. Su marido, sentado, preguntó:
—¿Y tu hijo?, ¿dónde está esta
noche? ¿Qué tiene para no cenar con nosotros?
—Está con unos amigos, en una
despedida.
—Tu adorado hijo, cenando con los
amigos, está li-bre; no como mi hija, recluida en el centro de la buena
educación.
—No empecemos. Lo hemos hablado
muchas veces y ese es el único sitio en el que ella aprende.
—Para ti, ella no tiene valor
—replicó el contable mirándola con desprecio—. No la quieres. Es un estorbo.
—No digas eso. Ella es muy
importante en mi vida. Quiero que se haga una mujer y por eso está en ese
centro. Es lo mejor para todos.
—Para ti sobre todo. Así estás
menos atada y puedes putear con quien te dé la gana.
—Esta es la enésima vez que me lo
dices y, como siempre, te lo repito: “No puteo con nadie” —dijo ella tranquila.
—Lo hago porque ya no te acuestas
conmigo y sien-do tan ninfómana como eres, no puedes estar sin un hom-bre que
te folle.
Julia tenía que aguantar una y
otra vez los insultos de su marido. Hacía tiempo que había tomado la decisión
de cambiarse de habitación y él estaba rabioso.
—¿Sabes por qué no me acuesto más
contigo? Porque me cansé de hacerme la muerta para ti. Ni en mi cama ni en mi
corazón hay ya sitio para ti, y si no quieres aceptarlo, firma el divorcio.
—Eso jamás. No te daré ese gusto.
No firmaré nunca, ve acostumbrándote. Siempre serás mi esposa, aun-que no
duermas en mi cama y no pueda follarte como me gustaría. ¿Entendido, puta?
Julia calló, no quería seguir con
el tema, le daba as-co la forma en que le hablaba, así que cambió de conver-sación.
—El viernes por la tarde tienes
que ir por Noelia al internado. La próxima semana tiene vacaciones y yo no
puedo recogerla, tengo una reunión importante.
Él le respondió con mala
intención.
—No te preocupes, yo iré a por tu
estorbo.
Julia respiró hondo para no
seguir discutiendo con su marido.
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