Capítulo 7
ENCUENTRO
DE AMOR
Julia estaba deseando que llegara
la mañana siguien-te. Tenía una conversación pendiente con Óscar; debía decirle
todo lo que pensaba, cuánto había sufrido por su abandono y pedirle perdón por
su comportamiento cuando fue a la cárcel.
A la mañana siguiente, le parecía
que no llegaba la hora. Cuando su marido se fue, rápidamente llamó a su oficina
y Carolina, su secretaria, cogió el teléfono.
—Carolina, voy a llegar un poco
más tarde, tengo que recoger una firma para una demanda.
—Muy bien, Julia. No se preocupe.
Metió el teléfono en el bolso,
salió a la calle, se su-bió al coche y se dirigió al piso de Íker. El corazón
le pal-pitaba a toda prisa, parecía una niña que iba a su primera cita.
Julia llegó a la puerta y abrió
con sus llaves.
—Hola…
Él apareció en el umbral del
dormitorio y se disculpó automáticamente:
—Siento que me encuentres con
este aspecto tan de-saliñado, pero no quiero salir a cortarme el pelo ni afei-tarme.
—No importa. No te preocupes. Voy
a estar poco tiempo, solo quería pedirte perdón por mi comportamiento en la
cárcel, contigo.
—No hablemos de eso ahora. Lo que
quiero es fir-marte un papel, una autorización para que demandes al Estado. La
indemnización que recibas debes dársela a tu hijo; es lo único que puedo
ofrecerle —añadió con tris-teza—. He pensado irme con Médicos Sin Fronteras una
temporada, tengo que alejarme de aquí. Quiero olvidar mi pasado y esa maldita
cárcel en la cual he estado veinte años de mi vida.
La firma transcurrió en silencio,
luego Julia estudió los documentos y una vez hecho, ella los cogió y los metió
en el portafolio.
Sintió que Óscar se le acercaba,
notaba su respira-ción. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y su corazón
comenzó a galopar descontrolado, más aún cuando sintió su cuerpo contra el
suyo.
—¿Por qué no te sueltas el pelo
como aquella no-che? —preguntó él en baja voz, a la vez que le quitaba el
pasador que sujetaba la melena y metía los dedos por su cabellera. Le movió
cada mechón hasta que quedó suelto y fue cayendo sobre sus hombros—. Veinte
años llevo re-cordando las horas que te tuve, Julia, mi amor. Cada mi-nuto,
cada segundo de esa velada es lo que me ha man-tenido vivo durante este tiempo,
sin tocar a otra mujer. Te tenía en mi pensamiento, te visualizaba… Cada noche
me preguntaba cómo estabas, qué estarías haciendo… Si me odiarías. Si te
acordarías de mí…
La atrajo hacia él y besó sus
labios con suavidad, como si fuera una mariposa que se posa en una flor. Sus-piraba.
Acariciaba su espalda y sus pechos con delicadeza. Él le dijo, con voz
entrecortada por la emoción, el deseo de tenerla por no abalanzarse sobre ella.
—No sé si puedo resistirme, mis
anhelos me nublan la rozón y no quiero hacerlo rápido, deseo estar contigo el
mayor tiempo posible.
Le bajó la cremallera de la
falda, mientras seguía besándola en el cuello, y esta cayó al suelo. Desabrochó
los botones de su blusa y, poco a poco, besó sus pechos; Julia callaba,
evocando sueños de placer, y Óscar enlo-quecía ante su silente aceptación y el
deseo que nublaba la mirada de su amada. Sintiendo el calor de su cuerpo, beso
a beso, la atrajo a la cama. Él se tendió y ella quedó en-cima.
—¿Recuerdas aquella noche? Me
dijiste que estabas cabalgando hacia las estrellas; ahora yo te digo: quiero
ser ese corcel para que llegues al cielo y entregarte una.
Vio cómo Julia contenía su
placer. Sus suspiros la ahogaban en el silencio.
—No te reprimas. Grita —gruñó en
medio del éxta-sis que lo consumía.
Se dio la vuelta y ella quedó
debajo. Acarició, palmo a palmo, todo su cuerpo. Entre susurros y besos se
demos-traban el amor que sentían. La pasión los desbordó con an-siedad por
tantos años en los que los dos habían ocultado aquel deseo. Dulcemente, entre
besos, él le decía:
—Tú tampoco has olvidado esa
noche, ¿verdad, Ju-lia?
—Nunca la olvidé, jamás se ha
borrado de mi mente. Te quise tanto… que te odié por tu marcha y por todo el
amor que por ti sentía.
—¿Y a tu marido? ¿Cómo lo
soportas?
—Con mi marido hago como que no
estoy, me hago la muerta y me niego a sentir algo. No quiero sentir nada. A él
eso parece que le pone más, pero a mí me repugna. No quiero hablar más de eso
—rechazó ella tratando de apartar de sus pensamientos imágenes que desearía bo-rrar—.
Háblame de ti. ¿Por qué te vas?
—Porque no podría estar aquí
viéndote con ese maldito contable.
—Así lo llama mi hijo. —Julia reprimió
una sonrisa al ver que ya tenían algo en común, algo que el hijo le había
pegado al padre.
—Sí, él me lo enseñó. Me hace
gracia cómo lo dice. Además, me moriría de celos viéndote con él y no con-migo—expresó
en alto sus más íntimos sentimientos—. El domingo por la mañana me marcho…
—¿Volverás algún día? —El anhelo
se percibía en su voz, aunque quisiera ocultarlo.
—Volveré. Creo que sí, pero
tardaré. No me voy a olvidar de ti, mi amor. Solo te he querido a ti y no
dejaré de quererte en la vida. —Su amor era puro y debía apro-vechar el momento
para hacérselo saber—. Si alguna vez puedes dejar a ese hombre, avísame.
Vendría volando a tus brazos y no me separaría más de ti en toda mi vida. Si tú
y yo pudiéramos tener una segunda oportunidad… si la vida nos uniera otra vez…
Julia se mantuvo un segundo en
silencio, luego dijo con voz suave, sabiendo que no podía ocultarle nada:
—Quiero decirte algo: tengo una
hija con mi marido, tiene quince años.
Óscar se quedó callado, parecía
que no encontraba las palabras adecuada, pero al final dijo:
—Ella sería bienvenida, es tu
hija, y yo la querría igual que a mi hijo, la aceptaría con cariño, tener una
familia sería lo más grande para mí.
Entre besos y caricias seguían,
los dos como si una fuerza los poseyera y los envolviera. Sin cansarse de aca-riciarla,
Óscar la tenía junto a él. Debía aprovechar ese momento; quizá, la últimas vez
que la tendría entre sus brazos.
—Óscar, tengo que irme —susurró
ella—. Quiero darte las gracias por haberme hecho sentir este dulce amor, ser
mujer de nuevo… a tu lado. Cuídate mucho allá donde vayas.
Él la miró mientras se vestía. Se
levantó y cogió su cara con las dos manos. La besaba una y otra vez, de-seando
retenerla a su lado, alargar ese tiempo con ella. Ella lo rodeó por la cintura
pero, de pronto, se separó.
—Si no hago un esfuerzo, no me
marcharé nunca. Adiós.
Cogió el portafolio y salió
corriendo. Ya en el pa-sillo, alisó su pelo con los dedos y en el ascensor se
miró al espejo, se recogió el cabello con el pasador y pintó sus labios. Una
vez en la calle, temía, por si alguien notaba lo que había sucedido. Su mirada
estaba brillante pero no pensó nada más, no debía. Cuando llegó a la oficina,
le di-jo a su secretaria:
—Carolina, toma estos documentos
y estúdialos con detenimiento, son para una denuncia contra el Estado. Di-me si
es suficiente, este hombre no estará presente en el juicio. Se marcha al
extranjero —añadió más para sí mis-ma, sin poder ocultar la melancolía.
—Sí señora, es suficiente
—respondió sin notar, o tal vez dejando al margen lo que la voz de Julia
reflejaba, pues ella no era nadie para meterse en la vida de su jefa. Julia era
amable y cariñosa en el trato, pero la relación en-tre ambas era puramente
profesional—. Con esto ya pode-mos demandar.
—Pues, entonces, el caso es tuyo.
Puedes trabajar en él desde este mismo momento. Tendremos que aportar muchas
pruebas y puede que yo tenga que declarar. De momento es esto, empecemos a
trabaja en la demanda, que de sobra sé que el proceso tardará hasta que nos den
la in-demnización. Además, como te he dicho, con este hombre no podemos contar
mientras esté fuera. Somos nosotras sus manos, sus ojos y su boca.
—Gracias por confiar en mí
—expresó Carolina—, por darme este caso. Trabajaré bien, se lo aseguro. No ten-drá
problemas conmigo.
¡MATRIMONIO RESTAURADO!
ResponderEliminarMi marido me pidió que fuera de la casa con mis hijos e ir porque ya no estaba interesado en mí. Dijo todas las palabras abusivas y dijo que no soy una buena esposa porque yo no estaba trabajando, en cambio, estaba perdiendo su dinero por lo que contactó a este sanador fuerte hace una semana después de leer los milagros acerca de su hechizo sobre la red consulté este hombre fuerte para Un hechizo de amor, llorando sin saber qué hacer. Él me dijo que él lanzará un encanto del amante del retorno ese mismo día. No tomó tiempo para que mi marido me llamara pidiendo disculpas y rogándome que regresara a casa. La oferta que yo estaba esperando fue aprobada y comenzó a decirme que soy una buena esposa así que debo perdonarlo por las cosas malas que había dicho. Mi marido me pidió que buscara cualquier universidad de mi elección y se encargaría de mis honorarios. Estoy agradeciendo Prophetakeem@gmail.com (enlace envía correo electrónico), por la Fe y la Confianza que me mostró, su sitio web: http: //Prophetakeem.webs.com/