CON
EL CORAZON DE EVA
–Mamá,
me voy –dijo Eva cogiendo su abrigo.
–Hija, ¿tan pronto? –preguntó, extrañada, la madre.
–Sí,
mamá, Álex me espera –dijo Eva ya en la puerta.
–Espera, deja que te vea. Estás muy guapa con el vestido nuevo.
–Sí, me lo he puesto porque Álex me va a llevar a cenar a un
restaurante muy bello y muy moderno, de ésos que hacen cocina de
diseño.
–Me
parece bien, hija.
–
¡Eva, vámonos ya! –apuró Álex desde la calle mientras encendía
el motor de la moto.
–Me
voy, mamá, me está llamando.
–Sí, ya lo he escuchado. Ten mucho cuidado con la moto –dijo
preocupada la madre.
–Tranquila, mamá, no me va a pasar nada –contestó Eva.
–Adiós, hija, que te diviertas.
–Adiós, mamá.
La
vio salir de casa con ese negro pelo suelto, bella como una rosa,
alta, morena y delgada. A sus 17 años era muy responsable. El no
haber tenido un padre a su lado la hizo ser más madura para su edad.
Cursaba segundo de bachiller y se preparaba con gran ilusión para
las pruebas de acceso a la universidad, pues quería ser economista.
Sabía que era muy difícil por los escasos medios de su madre, pero
ella trabajaría y así se ayudaría a sacar adelante la carrera.
Media
hora había pasado desde que se fue. La madre preparaba la cena
cuando sintió un pinchazo en el corazón. Fue una sensación muy
extraña pero no quiso echarle cuentas, cogió su plato y se fue
hacia el salón. Acababa de sentarse cuando sonó el timbre de la
puerta. Se asustó, no supo bien por qué. Su hija no podía ser
porque tenía llave. Al abrir la puerta de calle se quedó
paralizada, como si hubiera visto un espejismo. Era la Guardia Civil.
–Buenas noches, señora, ¿es usted Ana Delgado? –preguntó
seriamente uno de los agentes, de aspecto amargado y mirada fría
como el hielo.
–Buenas noches, sí, ¿qué sucede?