Evelyn
salió de trabajar cuando el sol aún no había hecho su aparición. El turno de
noche era para ella cruel. Estaba en inferioridad de condiciones con respecto a
sus compañeros; como no tenía hijos, ese horario recaía sobre ella.
Evelyn
era guardia de seguridad de una empresa multinacional.
Se
encontraba un poco aburrida de la vida y de su rutina; ahora llegaría a su casa,
como cada día, y su chico le echaría un polvo rápido antes de irse a trabajar,
dejándola insatisfecha como lo hacía siempre. Y ya llevaban siete meses
viviendo juntos.
Hacía
seis meses que estaba en aquel nuevo empleo y a él parecía que no le importaba
mucho. Llevaba días reflexionando sobre su trabajo, preguntándose si merecía la
pena, pero decidió no analizar más su situación, y seguir con su vida tan
monótona como siempre.
Evelyn
tenía el cabello castaño claro y sus ojos de igual color. Era una mujer elegante,
delicada y poseía una serenidad que contagiaba, a pesar de ser guardia de
seguridad y pasarse las horas haciendo deporte.
Una
noche que hacía su ronda, eran cerca de las dos de la madrugada y ya había revisado
las afueras de la empresa, así que decidió entrar en el edificio; echaría un vistazo
dentro por si algún empleado se había dejado alguna luz encendida o puertas que
se habían quedado abiertas. Se fijó en que había claridad en un despacho.
―¡Mierda, es el del mandamás! ―dijo para
sí mientras se acercaba a la puerta―. ¿Cómo
puede haberse quedado hasta estas horas trabajando?
Ella
no conocía al jefe aunque suponía que sería un hombre mayor, de ahí que no
pudiese evitar su sorpresa al verle: tendría unos 40 años, bien cuidado, de
cuerpo fuerte, pelo negro, y guapo, muy guapo e interesante. Estaba sentado
delante de su ordenador, abstraído en algo, y ella, con los nudillos, llamó y
le saludó:
―Buenas
noches, señor. ―El hombre levantó la cabeza y miró a la joven de arriba abajo,
desnudándola con los ojos.
―Buenas
noches. Me marchaba ya.
―Es
tarde, si quiere irse, yo apago las luces. No se preocupe.
Tras
echaba los estores de la ventana, al volverse, vio en el ordenador a una joven
preciosa, y él le dijo, mostrándole la imagen:
―Es
una modelo que ha saltado a la fama recientemente.
Evelyn,
inocente, le respondió:
―Es
muy bella, y creo que muy joven.
Él,
sin pelos en la lengua, contestó:
―Muy
joven y que ya se ha follado a más de uno.
Aquellas palabras
ruborizaron a la chica, sin embargo,