viernes, 24 de febrero de 2017

MI SECRETO ES MI CONDENA

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Capítulo 6

LA ANSIADA LIBERTAD

Óscar salió fuera, a la calle, notó cómo cerraban las puertas de la prisión a sus espaldas y se quedó de pie un rato, sintiendo cómo el viento acariciaba su rostro. Era casi de día; miraba el azul del cielo. Aquel era el primer día de su libertad.
Dejó que el frío le acariciara, era invierno y la mañana estaba muy fresca. Un taxi se encontraba parado más adelante, pero él no quería cogerlo, tampoco auto-buses. Solo deseaba caminar a cualquier lugar, eso daba lo mismo.
Al llegar a la altura del vehículo, escuchó una voz masculina que salía de este.
—¿Desea que le lleve a algún sitio?
Se quedó parado mirando al muchacho que le ha-blaba, y él le respondió:
—No me puede llevar, pues no tengo dónde ir.
—¡Suba conmigo! Yo le mostraré que sí tiene un lugar donde ir.
Óscar abrió la puerta y allí vio a su hijo. Se sentó a su lado y el taxi se puso en camino hacia un destino que Óscar desconocía. No paró hasta llegar a una calle amplia, una zona nueva, residencial, y apartada del centro de la ciudad, donde se detuvo delante de un pequeño bloque de pisos. Íker pagó, el taxi se fue y él abrió la puerta del por-tal. Subieron a un pequeño apartamento en una tercera planta. Una vez dentro, le dijo a su padre:
—Este piso me lo compró mi madre a escondidas del miserable de su marido.
—Le odias mucho, ¿por qué?
—Mucho más de lo que imaginas —respondió eva-sivo—. Este piso lo tenemos por si, llegado el momento, mi madre o yo lo necesitamos. En fin, dúchate. Voy a comprar algunas cosas. Aquí tienes un albornoz y hay toa-llas limpias en el cuarto de baño.
Óscar vio en la bañera champú y sales de baño. La llenó y se metió dentro. “Qué gusto oler a perfume”, pen-só. Al sumergirse en el agua caliente con tanta espuma se sintió en el paraíso. Estaba tan relajado, que no se percató que hubiera pasado tanto tiempo cuando escuchó a Íker.
—Sal del agua, que se te va a arrugar la piel.
—Perdona, es que se está tan bien. Se me había olvi-dado el placer que proporciona un baño como este.
—Tienes el café listo en la cocina, vamos a desa-yunar. Te espero.
Óscar se secó con la toalla el pelo, que le caía sobre sus hombros, y su larga barba. Se puso el albornoz y fue a la cocina.
—He comprado comida suficiente para estos días. Y ropa, calcetines y calzoncillos —le dijo el muchacho.
—Vaya. Muchas gracias, Íker —balbució Óscar agradecido—. No merezco tanta atención por tu parte.
—No hay de qué.
—Bueno, no será mucho tiempo, tengo planes.
—¿Planes?, ¿y qué planes son esos?, ¿qué vas a hacer?
—Sí, solo estaré aquí hasta el día 20. Por la mañana salgo para el extranjero con una ONG.
—¿Una ONG? —preguntó el chico extrañado—. ¿Y eso?
—El director de la cárcel me ha conseguido un hueco en un proyecto de Médicos Sin Fronteras. Me aconsejó ir con ellos y, la verdad, me pareció estupendo. Es lo mejor para poder adaptarme a una nueva vida y em-pezar a adquirir experiencia como médico.
—Óscar, no te das cuenta, te están quitando de en medio para que no pidas una indemnización al Estado por el error cometido por los jueces y la policía.
—¿Tú crees?
—¡Claro! Cuanto más lejos te tengan, mejor para ellos.
—¿Sí? ¿Piensas que es por eso?
—No es que lo piense, es que estoy seguro; puede que el director se haya dado cuenta de ese error.
—Entonces, debes decirle a tu madre que venga a hablar conmigo, que traiga los papeles necesarios para que yo pueda darle un poder…
—Lo haré, sin duda.
Los dos se quedaron callados y pensativos. Pasados unos segundos, le dijo a su padre:
—Vamos, cómete el pan, está tierno, y el café se en-fría.
Cuando los dos hombres acabaron su desayuno, Íker se levantó de pronto.
—Te dejo, me tengo que ir. Mañana vendrá mi ma-dre, que  yo tengo clase. No te vayas muy lejos de esta zo-na, aquí estás seguro —dijo apretándole el hombro con la mano.
El joven se marchó y Óscar se quedó probándose la ropa que le había comprado su hijo. También encontró una mochila bastante cómoda para viajar.
Mirándose al espejo, se sintió el hombre más afor-tunado del mundo; pensado en el muchacho se dijo que su madre lo había educado muy bien. Era respetuoso, a pesar de todo lo que había sufrido; se había convertido en buena persona, no había dudas de eso. Lágrimas de emoción res-balaron por sus mejillas mezclándose con su barba. Se dijo a sí mismo: “Qué pena no haber sabido nada de él, ni ha-ber estado a su lado cuando nació. No haberle cuidado cuando era niño, no haber podido llevarlo al colegio, qué pena por las noches que no he podido estar para haberle contado un cuento, ni haber podido arroparlo antes de dormir”. Óscar era consciente ahora de lo que se había perdido en los últimos veinte años.
Lentamente, guardó la ropa en la mochila. Quitó las etiquetas y dejó un pantalón, una camisa, una chaqueta, un jersey y los calcetines bien doblados en una silla, listos; aunque no iba a salir, su hijo le había comprado todo lo necesario. Vio, además, en la mesilla un par de periódicos, así que tenía lo suficiente para estar a gusto aquellos tres días que tenía que estar en el piso. Se sentó cómodamente en el sofá, puso la tele y, al cabo de un rato, se quedó dormido sin darse cuenta.

Íker, por la noche, habló con su madre un poco turbado, no sabía cómo ella podía ser racional.
—Mi padre ya está fuera de la cárcel, está en el piso y desea verte; se marcha el día 20 con Médicos Sin Fron-teras. Llévate unos documentos, pues quiere firmarte un poder.
—¿Y eso? ¿Cómo ha sido?
—Mamá, esta noche tengo que estudiar. Ve mañana y que él te lo cuente con todo detalle.
—Vale, hijo. No te molesto, estudia —cortó Julia aturdida por la nueva información.


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