El Abuelo Sabio
En un
apartado lugar de las montañas del Himalaya vivía un anciano con su nieto en
una casa pequeña de madera, con un porche donde el abuelo pasaba muchas horas
meditando, admirando la belleza que les ofrecía la naturaleza.
Su nieto
se llamaba Lian y era un niño muy despierto y curioso. Lian le dijo un día a su
abuelo mientras este descansaba en el porche:
—Abuelo,
yo no sé escuchar a los árboles y ellos no quieren hablarme.
El
abuelo, extrañado, le contestó:
—Lian,
los árboles no hablan.
El niño se quedó pensando. Su mente no dejaba de
darle vueltas y no tardó en volver a hablarle.
—Abuelo,
yo te oigo hablar con ellos, tú los escuchas, y creo que ellos te contestan.
—Ah, es
eso… Lian, los árboles no hablan. Pero veo que tienes interés en escucharlos.
Si ese es tu deseo, debes guardar silencio, escuchar con el corazón y con
paciencia un día te sorprenderás. Solo con que ames a la naturaleza sentirás
algo muy bello en tu alma.
El niño
no comprendió las palabras de su abuelo, pero no dijo nada. Le rondaban las
preguntas y quería saber más. De nuevo preguntó:
—Abuelo,
¿por qué les das las gracias a las plantas cada día?
—Mi
querido Lian, la tierra nos da sus alimentos y hay que estar agradecidos. La
tierra nos da las patatas, verduras, zanahorias…, todos los alimentos que
necesitamos. Los árboles nos dan sus frutos: el manzano las manzanas, el peral
las peras, el melocotonero los melocotones…
—¿Por qué
siempre les das las gracias a todos y a todas las cosas?
—Cada día
le doy las gracias al sol porque nos da su luz, de él recibimos vida y calor. Y
le doy las gracias a la noche porque nos ofrece el descanso. Al cielo, por su
belleza y su color azul y también porque nos ofrece miles de estrellas
pequeñas, bellas y brillantes. Y a la lluvia que riega nuestros campos, para
que las plantas crezcan.
—¿Y por
qué les das las gracias y hablas con los animales?
—Lian,
querido nieto: les doy las gracias a las gallinas porque nos dan los huevos, a
las cabras porque nos dan su leche, a los pajarillos por alegrar mi corazón con
sus alegres cantos, a las águilas por su vuelo suave y majestuoso. Y a las
flores porque alegran mi vista cansada.
—Abuelo,
cuando sea mayor quiero ser sabio como tú.
—Y lo
serás. Contarás muchas historias llenas de sabiduría a todas las personas que
quieran escucharlas.
Lian lo
abrazó con tanto cariño que el abuelo se emocionó. De sus ojos surgieron perlas
como el rocío, con el brillo de su última gratitud.
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