viernes, 4 de septiembre de 2015

EL ÁGUILA DE LOS SUEÑOS




El Abuelo Sabio
En un apartado lugar de las montañas del Himalaya vivía un anciano con su nieto en una casa pequeña de madera, con un porche donde el abuelo pasaba muchas horas meditando, admirando la belleza que les ofrecía la naturaleza.
Su nieto se llamaba Lian y era un niño muy despierto y curioso. Lian le dijo un día a su abuelo mientras este descansaba en el porche:
—Abuelo, yo no sé escuchar a los árboles y ellos no quieren hablarme.
El abuelo, extrañado, le contestó:
—Lian, los árboles no hablan.
El niño se quedó pensando. Su mente no dejaba de darle vueltas y no tardó en volver a hablarle.
—Abuelo, yo te oigo hablar con ellos, tú los escuchas, y creo que ellos te contestan.
—Ah, es eso… Lian, los árboles no hablan. Pero veo que tienes interés en escucharlos. Si ese es tu deseo, debes guardar silencio, escuchar con el corazón y con paciencia un día te sorprenderás. Solo con que ames a la naturaleza sentirás algo muy bello en tu alma.
El niño no comprendió las palabras de su abuelo, pero no dijo nada. Le rondaban las preguntas y quería saber más. De nuevo preguntó:
—Abuelo, ¿por qué les das las gracias a las plantas cada día?
—Mi querido Lian, la tierra nos da sus alimentos y hay que estar agradecidos. La tierra nos da las patatas, verduras, zanahorias…, todos los alimentos que necesitamos. Los árboles nos dan sus frutos: el manzano las manzanas, el peral las peras, el melocotonero los melocotones…
—¿Por qué siempre les das las gracias a todos y a todas las cosas?
—Cada día le doy las gracias al sol porque nos da su luz, de él recibimos vida y calor. Y le doy las gracias a la noche porque nos ofrece el descanso. Al cielo, por su belleza y su color azul y también porque nos ofrece miles de estrellas pequeñas, bellas y brillantes. Y a la lluvia que riega nuestros campos, para que las plantas crezcan.
—¿Y por qué les das las gracias y hablas con los animales?
—Lian, querido nieto: les doy las gracias a las gallinas porque nos dan los huevos, a las cabras porque nos dan su leche, a los pajarillos por alegrar mi corazón con sus alegres cantos, a las águilas por su vuelo suave y majestuoso. Y a las flores porque alegran mi vista cansada.

—Abuelo, cuando sea mayor quiero ser sabio como tú.
—Y lo serás. Contarás muchas historias llenas de sabiduría a todas las personas que quieran escucharlas.
Lian lo abrazó con tanto cariño que el abuelo se emocionó. De sus ojos surgieron perlas como el rocío, con el brillo de su última gratitud.

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