Había una
vez un bosque de una extraña belleza, apartado y oculto a las miradas humanas,
donde los animales eran muy felices rodeados de la paz, la tranquilidad y la
hermosura de las flores.
Un día
apareció en el bosque una rara criatura. Era una mujer vestida con harapos
negros, el rostro surcado de arrugas y sembrado de muchas verrugas. Pero no era
una mujer sino una bruja que no tardó en ejercer sus malignos hechizos. Los
primeros en secarse fueron unos árboles jóvenes. Al principio los animales no
se dieron cuenta de que cuando apoyaba sus manos sobre el tronco todo el árbol
se secaba casi de inmediato, ni vieron cómo el aspecto de la bruja cambiaba
para volverse cada vez más bella a medida que más árboles se secaban. Esto se
debía a que su alimento era la energía de los árboles y de las plantas.
El
primero en espabilarse fue un puercoespín llamado Pepito. Muy preocupado, fue a
contárselo a su amigo, un conejo llamado Equino.
—¿No has
visto lo que está pasando con el bosque?
El conejo
se puso en dos patas y moviendo el bigote contestó:
—No. ¿Qué
pasa con el bosque?
—Es esa
vieja fea que ha venido a nuestro bosque. Desde que llegó, los árboles se están
secando. Debemos hablar con los demás e idear un plan para expulsarla de aquí,
porque si no nos quedaremos sin árboles y sin plantas.
—No
podemos hacer nada contra ella —contestó el conejo Equino—, no tenemos fuerzas.
—Tienes
razón —dijo el puercoespín—. Pero si todos los animales nos unimos para ir
contra ella, ganaríamos, no lo dudes. Equino, tenemos que luchar por nuestro
bosque, hay que hacer algo, no podemos quedarnos con los brazos cruzados.
Mientras tanto, la bruja era insaciable. Los
pajarillos se marchaban en busca de árboles donde dormir, impotentes al no
poder hacer nada para expulsar a la malvada criatura. Y cada vez había más
árboles secos. Entonces fueron en busca del puercoespín Pepito. Al fin lo
encontraron y uno de ellos le dijo:
—Amigo,
tienes que hacer algo para salvar a nuestro bosque.
—¿Se te
ocurre alguna idea? —preguntó Pepito, muy preocupado.
—Sí:
propongo que avises a los animales terrestres. Yo, mientras tanto, volaré a la
guarida del águila.
—Bien,
así lo haré.
—Dentro
de una hora nos encontraremos en la cascada, allí hay sitio para todos, con
árboles y piedras.
—De
acuerdo. —Se entusiasmó el puercoespín que iluminó su alma con una luz de
esperanza.
Una hora
después, todos los animales estaban reunidos en el borde de la gran cascada
para tratar de resolver el tremendo problema que a todos preocupaba.
—Amigos
—comenzó Pepito—, ya sabéis por qué estamos aquí. Debemos expulsar entre todos
a esa bruja de nuestro bosque. Si nos unimos, podremos vencerla.
—Lo
lograremos —continuó el conejo Equino— si las abejas la atacan en la cara para
que sus manos queden libres, las águilas tiran de sus trenzas, el puercoespín
le pincha sus pies, los pájaros la pican y asustan con sus graznidos y las
cabras monteses la empujan hasta el precipicio de la cascada…
Pepito lo
interrumpió:
—… y las
mariposas deberían ponerse delante para que la bruja no pueda ver dónde pisa.
No
había tiempo ni era la ocasión para un debate, así que todos estuvieron de
acuerdo en esperar el momento oportuno para comenzar el ataque. Era urgente que
la intrusa abandonara el bosque para siempre.
Qué preciosa historia María!!! Conforme vamos leyendo nos adentramos en ese bosque, y casi vemos a la malvada bruja..... lindísimo ! Te mando un gran abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Caty cuando pueda pongo el final de la historia, un abrazo.
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